La lógica del kamikaze

Pepe Hurtado Paredes
Concejal Grupo Municipal Los Verdes

kamikaze
(Del jap. kamikaze ‘viento divino’).

«El hombre será mejor cuando se le muestre cómo es»
A. Chejov

Bertrand Russell afirmó: «Todo hombre, adonde quiera que se dirija, lo hace acompañado de un halo de convicciones reconfortantes que se mueven con él como las moscas en un día de verano».
En Torrevieja, durante mucho tiempo y para muchos, quizá demasiados, la convicción que mejor ha acompañado los pasos que se daban a lo largo y ancho de la ciudad ha sido comprender y justificar, cuando no alentar y hasta jalear, todo lo que saliera de la boca de Hernández Mateo, de su pluma-decreto o sencillamente de su más cotidiana y elemental voluntad, tuviera o no fundamento o fuera desmentido por hechos o documentos.
Y era reconfortante, porque la serena tranquilidad de conciencia con la que aquella convicción se manifestaba en todos aquellos para los que Hernández Mateo era «el mejor alcalde que había tenido Torrevieja» o «aquel cuyos bolsillos eran de cristal y estaba inmaculado» parecía redoblar la necesidad de agradecimiento al favor debido, al trabajo conseguido para uno mismo, para el hijo, para el yerno o el cuñado, para la propia empresa o la de los amigos. Poco importaba la igualdad, el mérito o la capacidad. Lo que importaba era que el orden no se alterara. Si pudiera existir alguna sospecha de que utilizaba su cargo en beneficio propio, la mirada se transformaba o se desplazaba, se hacía oblicua y esquiva. Lo que no se quiere ver, no se ve. Lo que no se ve, no existe.
Tanto se alargó en el tiempo «el orden de las cosas» que éste parecía inalterable, y aquellos que osaban impugnarlo sufrían el ostracismo, la indiferencia, el desprecio, cuando no el insulto, la persecución y el daño del propio patrimonio. Los Verdes podríamos dar buena cuenta de los efectos de aquellas estrategias y de la desagradable constatación de cómo miles de nuestros conciudadanos no sólo asentían con agrado a las insidias, falsedades y medias verdades que se lanzaban contra sus concejales y militantes, sino hasta la fruición con la que parecía asumirse, por parte de muchos, la inmemorial tradición de matar al mensajero.
Tanto tiempo duró la unión entre la impunidad «del César» y la autocomplacencia egoísta y cómplice de muchos de sus ciudadanos que el tiempo pareció detenerse: el César se convirtió en un dios olímpico, inmortal e intocable. El ‘viento divino’ impulsaba sus actos y si se forzaba la Ley y se la traspasaba, la temeridad se llamaba inteligencia. Los ciudadanos, ya súbditos mortales, disfrutaban al menos de un trozo de la gloria a través de sus prosaicas convicciones.
Pero, de repente, ocurrió lo impensable: después de una perseverante, onerosa y solitaria lucha de Los Verdes, a finales de noviembre de 2012, la Sala de lo Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana dictó sentencia contra el ex-alcalde de Torrevieja, Pedro A. Hernández Mateo, por los delitos de falsedad en documento oficial y prevaricación, en el proceso de adjudicación del contrato millonario de recogida de residuos sólidos urbanos de la ciudad y en la que se le condenaba a 3 años de prisión, multa de 7 meses con una cuota diaria de 50 euros y a 9 años de inhabilitación especial para el cargo de alcalde o cualquier otro de naturaleza electiva en el ámbito local.
Aquellas convicciones reconfortantes, de las que hablaba el filósofo, parecieron derrumbarse o, al menos, una inmensa sombra de duda se cernió sobre muchas conciencias, amordazadas como estaban por la propaganda, el miedo o, lo que es peor, por la negación sistemática e interesada de cualquier evidencia.
Y de aquí, de la duda, de la terrible sensación de haber perdido la certeza, el inconsciente colectivo va escribiendo un nuevo relato, una nueva narrativa que pueda sustituir todas las metáforas, otrora tranquilizadoras. Esta nueva narrativa parte de un axioma que se esgrime como un arma, bajo la forma de preguntas retadoras -«¿Y de qué va a servir la condena si no es firme?» «¿Es que alguien piensa que pisará la cárcel?»-, o con la aparente seguridad indignada de la desesperanza -«A ‘éste’, al final, no le pasa nada».
Pero todo aquel que suscriba este nuevo relato tiene que saber que la única manera de que la sentencia a Hernández Mateo, en lo que se refiere al ingreso en prisión, no sea ratificada por el Tribunal Supremo es que se revoque la misma y se declare inexistente la falsificación de documento público, cuestión harto improbable si tenemos en cuenta que nadie, repito, nadie (ni siquiera la defensa) negó la existencia del delito. Si esto es así, tampoco es posible la reducción de pena y la rebaja subsiguiente de los tres años de prisión, puesto que si hay delito, la pena mínima es la establecida por el Tribunal Superior de la Comunidad Valenciana. No parece que el camino de la Justicia, una vez iniciado, se desvíe hacia derroteros más propios de la ficción que genera el deseo, que de la propia lógica procesal basada en las evidencias.
Pero, ¿hay otra lógica? Sí, la hay. El Gobierno del Partido Popular (al igual que antes lo hicieron los gobiernos de UCD o el PSOE, aunque sin tanto empeño) no ha dudado en indultar a banqueros, alcaldes y altos cargos condenados por corrupción, a policías condenados por torturas y, hace sólo unos días, a un conductor kamikaze por motivos que no parecen responder a los que deberían presuponerse en una medida de gracia excepcional como ésta y que han llevado a muchas voces, entre ellos juristas, a calificar al indulto como un abuso de poder cotidiano.
De manera que sólo existe una lógica que permitiría que la estancia en prisión de Hernández Mateo fuera corta o muy corta: la lógica del ‘viento divino’, la lógica del kamikaze.

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