Camas compartidas (II)

Durante la noche, el que ocupó antes la cama era de los que pierden aceite y vaya nochecita de perros que le hizo pasar al otro, tanto que hubiera deseado irse a la cuadra a dormir con su burra. Por la mañana, le pregunta el dueño si había dormido bien, si había piojos, pulgas o garrapatas, a lo que contestó, todo enojado el viajero: «¡En su casa, caballero, hay garrapatas, garraculos y garradetó!». Vamos a por la 3ª, como si fuesen las sevillanas, ¡jajaja! En el castillo de los marqueses se producían hechos espeluznantes, de fantasmas y aparecidos, que hicieron huir a los servidores, despavoridos. La marquesa era una beata de misa diaria, y habló con las monjitas para que les enviaran al menos a una doncella, para vestirla, bañarla y atender a su aseo personal y al de sus 3 hijas mozas. A los pocos días se presenta una mocetona fuerte y torosa, diciendo que venía de parte de las monjas, para servirlos. En el castillo, su llegada fue festejada con regocijo; la chica era trabajadora y atenta. Por la noche se suscitó una cuestión, porque una de las señoritas dormía sola y tenía miedo; las otras dos hermanas yacían juntas, lo mismo que los marqueses. Mariquilla Cachirulo (ése era el nombre de la criada) dijo que si la señorita quería, se acostaba con ella. A la mañana siguiente, le pregunta la marquesa a su hija de 17 años que qué tal se dormía con la doncella: ella dijo con expresión extasiada: «¡¡Es la mejor noche que he pasado en vida!!». En vista de eso, las hermanas acordaron que cada noche dormiría con una distinta y así lo hicieron. Era en los desayunos que todas estaban como embriagadas, lanzando mensajes con los ojos a aquella mocetona tan eficiente y que tanto las complacía. Esa noche dijo la marquesa que, en vista de la felicidad que veía en sus hijas, y como con el marqués, que era viejo, «nadená», iba ella a probar ese bálsamo milagroso que emanaba de la moza. A la siguiente noche se acostó el marqués con la sirvienta, que le ató y practicó el sadomasoquismo, viendo que la criada era un hombre. Con mucho cabreo, le gritó el señor: «¡Fuera de aquí, Mariquilla Cachirulo, que a mi mujer y mis hijas jod… y a mí me diste por c…!».

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