Carta a la señora Isabel Flor Lorente:

Es usted la jueza que tuve que sufrir en el juicio de faltas que yo mismo, como denunciante, había preconizado contra el señor JSV, en la población de Torrevieja, el día jueves 28-03-3013. Sí, yo había denunciado el hecho de que a este señor, desde una terraza frente a la mía y tal vez harto de que su mujer no parara de mirarme, no le gustara el hecho de que yo tomara el sol, con mi tanga, en mi propia terraza. Para ello, el hombre se había dado a la labor de lanzarme todo tipo de improperios, primero, y amenazas, después. Tenía yo dos opciones a corto plazo, pues o bien me decantaba por subir a su apartamento y pedirle responsabilidades por su actitud, lo cual muy probablemente hubiera acabado en una de las muchas peleas que, en la mayoría de los casos, deriva de la actual enajenación que esta sociedad produce en sus ciudadanos, o tal vez diría mejor súbditos, o bien, para evitar y prevenir un problema mayor, poner mi fe en la ley y en sus representantes. Opté por la segunda y denuncie al sujeto en el cuartel de la Guardia Civil.
Ese día, yo tenía mi vista oral a las 10:30 horas de la mañana y finalmente entrábamos en sala 80 minutos después, exactamente a las 11:50 horas. Todo ello no porque los juicios se hubieran dilatado en exceso, sino porque usted, su señoría, no había tenido a bien comenzarlos a las 10 horas de la mañana, como estaba anunciado el primero, sino a las 10:50 horas, momento en que su secretaria o escribiente llamó a los litigantes del primer juicio. Su tiempo, señora jueza, podrá ser muy valioso, pero le puedo asegurar que no lo es menos el de tantos damnificados por su tardanza en comenzar su propia labor profesional, tiempo cuantificable en trabajo perdido si de lo laboral hablamos, con todo lo que ello puede significar para un trabajador y una sociedad que pretende prosperar; tiempo cuantificable en ocio, si se vacaciona, con todo lo que ese ocio puede valer para quien no lo desperdicia delante de un televisor o hasta para quien así lo hace. Inició pues, la vista, 80 minutos después, introduciendo el juicio y los litigantes, como debe ser su guión profesional y llamándome a mi primero como denunciante para declarar delante del micrófono, de pie frente a usted, su señoría. Ya entonces por sus gestos, podía ir atisbando lo que usted, con su actitud, posteriormente, demostró. Lo acontecido no era largo de relatar y quería introducir el por qué, como educador que soy, había decidido catalizar legalmente este litigio. Pretendía aducir que mi intención era parar los pies a «perdonavidas», a irrespetuosos e intolerantes que creen vivir 40 años atrás donde existía una ley de «escándalo público» que les permitía esconder todo su morbo y sus frustraciones enmascaradas en una ley que marginaba lo natural. Trataba yo de referirme a nuestra Constitución del 78, que en diversos artículos protege el derecho a la imagen, nuestro nuevo Código Penal, que desde 1995 mandaba leyes como la de «escándalo público» al estercolero de la historia. Usted, señora, no me dejó seguir. ¿Es que quizás estaba poniendo en duda los cimientos nacionalcatolicistas en que, teniendo en cuenta su edad, usted pudo ser educada? Y si es así, señora, usted debería estar al corriente de la actual legislación. Usted más que nadie, pues ocupa un lugar en la sociedad, desempeña un papel profesional que le obliga a estar muy por encima de los prejuicios aprehendidos que usted pudiera tener, le obligan a hacer cumplir la ley. Eso sí, con el debido respeto a cada ser humano. Usted, cuando yo pretendía ceñirme a la ley, me mandó a terminar y a callar con un estilo inapropiado a la categoría que ha de tener un cargo como el suyo. Usted me amenazó con echarme de la sala, primero, y con llamar a la Guardia Civil, después. El concepto que nomina a tal semántica tiene su lugar en el Diccionario de la Real Academia Española. Habiéndome reprimido hasta donde a usted le había parecido, hizo avanzar hacia el micrófono al denunciado. Éste, obviamente, con lo ya presenciado, ya se sentía vencedor. El denunciado, que ya no utilizaba más la táctica del bravucón «perdonavidas» de aquel día desde su terraza, se aferraba ahora a la aviesa actitud de una falsa humildad, con explicaciones como que él no había estudiado pero pretendía tener más educación. Aquel competidor en bebidas alcohólicas que desde su terraza se mostraba, se había convertido en el más dócil y sumiso de los corderitos, o sea, justo lo que a usted, señora, le gusta tener delante.

Acabó el turno del, aquel día, dócil ciudadano, añadiendo cualquier tipo de falacia a su declaración, y le llegó el turno a mi testigo, mi hijo de 23 años, que afuera de la sala esperaba a que se le escuchara, pues él había estado presente aquella mañana en nuestra terraza. Curiosa -y utilizo un eufemismo aquí- la manera en que usted comenzó a interpelarlo: «sabes que tienes que decir la verdad». Sí, señora, mi hijo, mis hijos, siempre dicen la verdad, pues así fueron educados, no importando para nada desde qué tribuna publicar dicha verdad. Qué lástima que usted no lo inquiriera de tal manera a la parte denunciada, pues quizás así habría menguado de alguna manera tanta falacia vertida, no en el fondo de la acusación, pues él reconoció sus amenazas, sino en el por qué las había vertido. Así, inventó que yo me paseaba desnudo por la terraza, cuestión ésta que jamás hice.
Abandonando absolutamente el motivo de la denuncia que allí nos había llevado, como eran las amenazas de este «señor» contra mi persona, poniendo en solfa el motivo de la denuncia, ahora parecía ser yo el denunciado, como si yo fuera al que se estuviera juzgando con delitos tipificados como «exhibicionismo obsceno» y/o «provocación sexual». Llegó usted a presionar a mi hijo de tal manera y con preguntas tales como «¿pero nunca, nunca has visto a tu padre desnudo en casa?», que usted misma, señora, llegó a parecer torda. ¿Quién no ha visto a su madre, padre, hijos, desnudos en su casa, al menos alguna vez? Señora, convirtió usted un juicio que en el mejor de los casos podría haberse cerrado con un apretón de manos entre todos y la firme promesa del denunciado de que nunca volvería a producir tal altercado, en una caza de brujas contra mí, un padre que ha formado a sus hijos con enorme éxito, pues por ejemplo al que usted interpelaba a punto está de terminar con éxito la carrera de Medicina, en la autenticidad de lo natural, en un concepto del pudor como efecto de una causa como es la sociedad primitiva, dictatorial, en la que usted fue, diría, formada. Verá, señora, aunque no lo hago, la ley española en su versión Constitución y en la del Código Penal actual, no me impediría estar todo el día desnudo en mi casa si así lo deseara. Usted sabe muy bien que es así. Entonces, ¿por qué tanta presión sobre mi hijo para que le dijera si alguna vez me había visto desnudo en nuestra casa? Caramba, señora, ¿es que acaso usted deseaba saber cuándo, para así pasarse por nuestra casa en tal momento para verme? ¿Por qué cambiar el juicio por otro sin que hubiera denuncia para otro? ¿por qué cambiar al acusado por acusador y al acusador por acusado? Se lo explico yo: usted debiera regirse por la ley, pero no lo hizo ese día. Se rigió por sus prejuicios y su aprehendizaje, no aprendizaje, de su niñez y juventud y eso usted también lo sabe, tiene un nombre en derecho y es un delito muy grave para ser practicado por un juez.
Para acabar con el juicio, usted nos dijo que había que firmar el acta. Con la inocencia propia de la falta de experiencia en estas lides, me dispuse a avanzar hacia donde el acta estaba para firmarlo y usted, gritando como si algo grave le sucediera, volvió a pretender avasallarme diciendo que no avanzara, que ya me lo llevaría la secretaria. Cuando así lo hizo la escribiente, y una vez hubo firmado el denunciado y mi hijo como testigo, me dispuse a leer lo que iba a firmar, urgiéndome usted de nuevo, pues parecía querer recuperar el tiempo que nos había hecho perder a todos con su tardanza. Cuando leí el acta, observé que no se había incluido la amenaza del denunciado, la misma que el propio denunciado había reconocido. Cuando se lo hice ver me contestó que no firmara si no quería, pero que me fuera. Me dispuse a acotar aclaración que dejara claro que faltaba la amenaza del denunciado para así firmarlo y usted me amenazó diciéndome que iba a llamar a la Guardia Civil. No sólo pretendió cercenar el derecho básico de un ser humano, como es el leer lo que va a firmar; no sólo no incluyó en dicha acta la razón fundamental del juicio, como claramente quedó expresado en la denuncia a la Guardia Civil, sino que, además, cuando yo se lo hice ver, me amenazó usted misma con sacarme con la Guardia Civil. ¡Qué vergüenza ajena por usted, señora Isabel Flor Lorente! Sí, señora, nadie la puso en duda, nada que no sea su propia inseguridad. Sí le diré que ese salón, al igual que su propio sueldo, lo mantenemos todos los españoles con los impuestos. No debe usted considerarse entonces como el centro del universo, más allá del bien y del mal, usted no tiene derecho alguno a despreciar a quien no concuerda con sus postulados. Usted es simplemente una servidora pública que recibe sus emolumentos de un estado que se nutre de un pueblo al cual le debe usted, de entrada, respeto. Para terminar, le explicaré, señora, que mi intención hubiera sido poder decirle todo esto, mirándonos a los ojos, como deben hablar dos personas civilizadas, respetuosas, tolerantes y, sobre todo, dignas. Desafortunadamente, usted no me habría dejado siquiera empezar. Si por querer repasar lo que usted quería hacerme firmar sin siquiera leer, usted me amenazaba con llamar a la Guardia Civil…; si por usted fuera y ambos hubiéramos vivido en la edad media, usted me habría condenado a ser quemado en la hoguera. Es triste que esté usted acostumbrada a tratar a la gente como lúmpenes y esta sociedad se lo permita, pero, disculpe, conmigo se equivocó, pues uno lucha por transformar de raíz este sistema que hace creer a gente como usted como si fueran dioses del Olimpo. Para terminar, le explicaré que he estado refiriéndome a usted a lo largo de esta carta como señora, no ya porque su comportamiento en este juicio se ajustara al significado dado a dicho concepto, sino porque como caballero que soy, fui enseñado en el no faltar jamás al respeto a una mujer, que no a una dama en este caso, aunque sobraron razones para hacerlo.

Alfonso Basadre Díez

2 comentarios

  1. Lo de la amenaza con llamar a la guardia civil porque quería leer el acta fue por parte de la Sra. Juez denigrante. A esta Señora le han sido concedido poderes que utiliza al igual que otros Jueces tiránicamente. Lamento lo que le han hecho

  2. Está jueza es prepotente,malheducada,y sobre todo,mala,no escucha malhinterpreta las declaraciones a su antojo.De verdad se puede ser tan h…p…,?siempre pagamos los mismos.

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