No recuerdo exactamente la fecha, pero creo que fue en verano, estando de vacaciones en Punta Umbría (Huelva), que cruzamos en barco el Guadiana, para ir a Portugal a pasar el día, pensando -¡inocentes!- que ese país era como en el mapa, ¡ja, ja, ja! Una vez salidos del muelle, dentro del coche, con nuestra perrita, Kira, la carretera hacia Faro era interminable. A la hora de comer, nos pusieron la mesa bajo la sombra de un árbol; la comida, deliciosa. Llegados a la ciudad, le pregunté a mi marido si la perrita habia hecho «kaka» y contestó que no. Ella estaba acostumbrada a hacer sus necesidades sobre yerba, aguantó todo lo que pudo, viendo que sólo había asfalto, pero al llegar a una plaza preciosa, limpia y rodeada de bancadas en las que estaban sentadas varias personas y niños jugando, al animal le dió el apretón y allí soltó el «paquete». Todo el mundo nos miraba y yo pensé: «¡Tierra, trágame!». Me pongo a buscar en el capazo-bolso, pero no encuentro papel o bolsa para recoger el excremento: mientras, observaba que la gente nos echaba miradas hostiles. Al final, tuve que recogerlo con el pañuelo de batista de mi esposo, bordado con sus iniciales, que en aquellos años me habia costado 1,20 euros (200 pesetas),¡un dineral! Todos en la plaza, al verme recoger aquello y echarlo en una papelera, se pusieron a aplaudir. Creo que ha sido uno de los mayores apuros que he pasado en mi vida. Desde entonces, siempre llevo papeles y bolsitas en todos los bolsos, y mi marido, por si acaso, también los lleva (tener un perro es mucha responsabilidad, hay que quererlos y tratarlos como a los niños de la casa).
Kartaojal
Dejar una contestacion