¿Boda o condena?

«¡Ay, Lola! Qué hermosa eras, igual que un rojo clavel, que se ha «secao» en la rama por culpa de un mal querer». Así empezaba el poema que le escribí a mi amiga, Lola; mujer guapa, amable y educada donde las hubiera. No desmerecía los piropos su novio, Fermín: un mocetón alto, fuerte, moreno, con una belleza de Adonis. Sería para mí imposible describirlos, pues eran tan perfectos en todo y estaban tan enamorados… Basta con que penséis en miss o mister universo. No digo más. Llevaban 2 años de relaciones y para el 15 de mayo (San Isidro) se unían en matrimonio en una de las más famosas iglesias de Madrid. Los festejos de esponsales duraron 3 días, celebrados en un restaurante que había cerca de la casa del novio, que contrataron para dicho evento, dándole al dueño 12.000 euros (2 millones de pesetas), llevando los novios la comida y bebida. Allí corrió el alcohol sin medida y las viandas eran de primera calidad y a gusto de todos. El padre del novio no pudo asistir, al estar en prisión, por un asunto sucio y misterioso, pero sí se presentó un hermano del preso, entregando a su cuñada un maletín lleno de fajos de billetes: «Toma, «cuñá»», le dijo, «de parte de tu «marío», pa que no le «farte» de «ná» «ar» niño, y si necesitas más «tela», aquí estoy yo».

Continuará

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