Dicen que a perro flaco todo son pulgas y es cierto.
En estos convulsos y conflictivos tiempos que nos toca vivir tras un largo periodo de democracia, progreso, paz social y libertad, con esta crisis incendiaria, afloran, al amparo de ella, los nacionalismos separatistas que soterradamente anidaban en aquellos que dicen ser diferentes en raza, lengua y cultura.
Mientras que en Euskadi en esa lucha del separatismo emergió la atroz y criminal saga de ETA, que ha desangrado, mutilado y aterrado a España; en Cataluña, se ha ido tejiendo poco a poco ese entramado de sentimiento nacionalista separatista excluyente, que nos está enfrentando a no sabemos qué situación peligrosa en que nos vemos envueltos, pues es un conflicto de difícil solución.
Se dice que a río revuelto… Aquellos vascos que con sangre inocente han ondeado la bandera la causa del nacionalismo más cruel y desalmado, han encontrado en los catalanes compañeros de la lucha separatista; en ese afán de independizarse de España, y ser una nación. Y esa controversia revolucionaria de Cataluña les da fuerza y apoyo a sus reivindicaciones secesionistas de España.
En estos agitados y peligrosos tiempos, donde todo aflora con virulencia, cuando se ha conseguido unir nuestras naciones en una Comunidad Europea que es referente de tolerancia y respeto hacia todas las razas y lenguas que nos aglutinan y nos hace en lo esencial iguales pero más fuertes, enriquecidos culturalmente y socialmente, estos demonios de los nacionalismos que andan sueltos dañan la paz y la convivencia, en un mundo cada vez, más globalizado; donde ser diferente en raza lengua y cultura no es sinónimo de nada excepcional. El ser humano en todo el mundo es igual, puesto que todos somos parte de un mismo árbol genealógico, habitando nuestra casa común, la Tierra.
Es triste e inconcebible. Cuando nuestros gobernantes debieran luchar todos a una para salir de esta atroz crisis que nos está sumergiendo en una encrucijada crucial, estas gentes empleen la lucha por la identidad y el enfrentamiento en una contienda separatista de graves dimensiones. Urkullu y Artur Mas, catalanes y vascos, se han unido y se refuerzan mutuamente en ese empeño, y, para más inri, el clero local, obispos y demás, de Euskadi y Cataluña, exhortan en sus homilías a los feligreses, apoyando y agitando la bandera del separatismo en una peligrosa deriva. Ellos, que debieran dar ejemplo de paz, amor y unidad entre todos los seres humanos, puesto que todos somos complementarios y formamos parte integral de un todo, en un singular y hermoso puzzle.
El «virus» separatista trasciende fronteras. En Bélgica, flamencos y valones. Y en Inglaterra, escoceses y británicos. ¿Hacia dónde nos llevará este grave problema del nacionalismo separatista exacerbado?
Josefina García
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