Arrebujada

Arrebujada en un viejo mantón negro de lana y con un niño de 5 años de la mano, se presentó Lucía en casa de los duques del Espeinado, para ofrecerlo como criado. Ella tenía que dejarlo solo para ir a los campos a trabajar, y alguien del pueblo le aconsejó dar este paso, porque la Duquesa tenía un corazón de oro, y, al no tener hijos propios, había recogido bastantes niños que vagaban a la deriva después de la guerra, huérfanos y sin familias. A todos los tenía ocupados con pequeñas tareas y venía un maestro 2 veces por semana para instruirlos. Vivian lejos de cualquier ciudad y no había escuela cerca. El pequeño Ernesto cayó allí como un ángel bajado del cielo: era el más chico, por su simpatía y sonrisa y por llamarse precisamente como el señor Duque. Todo se confabuló para que fuera el niño mimado de la enorme finca: lo destinaron a guardar los cerdos, junto con otros 10 porqueros. Partían al amanecer hacia los pastos altos de la meseta, al pie de la extensa serranía, donde corrían aguas cristalinas de los arroyos y crecían verduras y hortalizas, que los niños comían al igual que los cerdos, además había algarrobas, bellotas, castañas, almendras, avellanas…; según la época. En otras podían comer madroños, frutillas del bosque, que se criaban en las alamedas y umbríos bosquecillos. A Ernesto lo que más le gustaba eran las moras silvestres, comerlas junto a sus amigos, felices, disfrutando con su trabajo. Los chicos se instruían y poco a poco iban ascendiendo de categoría; algunos ya manejaban tractores, cosechadoras, arados…
El 5/7/1949 apareció la Duquesa de cuerpo presente. Según los médicos, durmiendo regurgitó algo de comida que la asfixió sin ella enterarse. Aquello fue un golpe tan duro para el Duque, que se ausentó durante 10 años, dejando todo en manos de su administrador general.
A la estación de tren fue a esperarle un desconocido y joven Ernesto, que al verlo el Duque se quedó atónito, pues era el vivo retrato de su abuelo, el primer duque de la saga. Mandó llamar a Lucía, resultando que aquel chico era fruto de un desliz de juventud de su Excelencia y la joven Lucía. No se habló más, pero desde ese día Ernesto pasó a heredar las propiedades y el título que por derecho y por sangre le pertenecían.

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