La candileja olvidada

Mis recuerdos infantiles son, a veces, nocturnos, cuando no teníamos luz eléctrica y se alumbraban las estancias con candiles, carburos o velas; también la lumbre del hogar mientras se cocinaban las viandas. Para subir de la planta baja a los dormitorios, mi madre abría la marcha con una palmatoria, en cuyo centro titilaba la vacilante luz de una vela. Detrás subia papá seguido de todos nosotros, mis hermanos y yo. Sobre las colinas resplandecían las fogatas, en la única calle de la aldea, y se veían, difusamente, siluetas corriendo de un lado para el otro: eran los niños, jugando. Años más tarde, pusieron luz eléctrica de 25 vatios, que daba menos luminosidad de la que estábamos acostumbrados. Ahora, a mis tropecientos años, tenemos el martirio de los mosquitos que llegan, de visita, por las noches, desde las Salinas y la laguna que hay en La Ceñuela. Ya estamos hartos de gastar en matamoscas y palmetas, para matarlas de un golpe. La otra noche estaba yo hablando con mi madre, que lleva 44 años junto a Dios, pero que vela por mí y me cuida como cuando estaba en la tierra. «Mamá», le dije en silencio «¿dónde estarán los candiles, palmatorias y carburos? ¡Qué pena, cuando tú moriste, la casa se desmoronó, como pasa en todas en las que falta el padre o la madre!». Sentí unas lágrimas amargas y rebeldes de impotencia, que llegaban a mis ojos, y es que el recuerdo a esa santa mujer que un dia me dio la vida es lo que me mantiene en esta mísera existencia. Entonces, se obró algo, como si dijésemos «milagro», pues, telepáticamente, me llegó su respuesta: «(Mira en la repisa, detrás de la puerta, que tus amigas de Almoradí y Elche te regalaron una candileja, con su mecha y todo)». Me levanté, y sí, allí estaba, la llené de aceite usado y ahora, por las noches, no se ve ni un mosquito rondando por el porche. También, hace años y con una depresión de caballo, mi madre, a través del sueño, me dijo que pusiera el cuadro con el Sagrado Corazón de Jesús sobre la cabecera. A los 2 días noté cómo mi psique se relajaba. «¡Gracias una vez más, mamita!».

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