El libro del Éxodo (que forma parte del Pentateuco, los cinco primeros libros de la Biblia), narra la liberación del pueblo hebreo (judío) de su esclavitud en Egipto y su camino hacia la tierra prometida por Dios a través de Moisés, tierra de la que manaba leche y miel. En el camino hacia el destino prometido, el pueblo hebreo ya tuvo sus diferencias con la palabra de Dios, desconfiando de Él y creándose su becerro de oro renegando de la Ley de Dios, de forma que Éste los condenó a marchar durante cuarenta años por el desierto y que sus mayores no verían la tierra que les había prometido. En el Salmo 94, en uno de sus párrafos, Dios se pronuncia así: «Durante cuarenta años aquella generación me asqueó, y dije: Es un pueblo de corazón extraviado, que no reconoce mi camino; por eso he jurado en mi cólera que no entrarán en mi descanso».
Cuando el pueblo hebreo, después de cuarenta años, llegó a las cercanías de la tierra prometida (ya era un pueblo joven, al que Dios, en su inmenso amor, había perdonado: «Soy lento a la cólera y rico en piedad»), desplazaron en una misión de reconocimiento a un pequeño grupo y esperaron a que estos trajesen noticias de aquella tierra. Cuando volvió el grupo, venían entusiasmados, traían con ellos frutas, hortalizas y otros productos de que habían cogido o comprado, anunciando que se trataba de un terreno muy fértil y rico, pero que sus habitantes, los amorreos (fueron un pueblo de origen cananeo constituido por tribus nómadas muy belicosas que ocuparon Siria, Canaán y la región al oeste del río Éufrates, desde la segunda mitad del tercer milenio antes de nuestra era y que adoraban a su dios «amurru») no los habían recibido precisamente como amigos. Tras diversas batallas (invocando a Dios para que les ayudase), el pueblo hebreo (judío) se hizo con todas aquellas tierras y se estableció definitivamente en ellas. Después de la invasión y destierro a Babilonia que le impuso el pueblo Persa en su invasión, y que posteriormente lo perdonó y lo dejó volver a Israel a reconstruir el Templo que habían perdido, vino la invasión romana que determinó la «diáspora» (usualmente se ha empleado el término para referirse al exilio judío fuera de la Tierra de Israel y la posterior dispersión del pueblo judío por el mundo). En la Biblia hebrea, que estudian los judíos y de la que sacaron la Tora, libro por el que se regían política y religiosamente, contiene la Ley del Talión, la cual dice «Ojo por Ojo y Diente por Diente», o sea, es una ley retributiva para devolver el castigo de forma igual al recibido por el agravado.
El pueblo palestino, antiguamente formado por los semitas, dado que el idioma que hablaban era el «Semita» y que ya lo practicaban en la época de Noé, más de 1.800 años antes de Cristo, eran personas trabajadoras y sencillas que cultivaban la tierra y desempeñaban sus oficios para el bien de sus comunidades y que, al conocer a Jesús y sus Evangelios, una gran parte de ellos se convirtieron al cristianismo, practicando una religión mezclada entre judaísmo y cristianismo, amando y respetando la Palabra de Jesús. A día de hoy, la colonia cristiana es más pequeña, por la evolución que una mayoría ha realizado hacia el Islam y el fundamentalismo, pero conviven y se respetan entre ellos como palestinos que son todos. Es un pueblo empobrecido y bloqueado por Israel, de forma que sus relaciones comerciales de exportación e importación son prácticamente nulas y sus habitantes, para poder salir de allí, tienen que llevar pasaportes de países occidentales, si no, no pueden entrar en Israel, única salida al mar y a las comunicaciones.
De ahí vienen los enfrentamientos, cuyo origen, por parte de los judíos, es que se creen que sólo ellos tienen la verdad de Dios y derechos sobre aquella tierra, pero, como les decía Jesús cuando les hablaba sobre el amor y respeto hacia el prójimo en parábolas: «Hablo para que los que oyen no oigan y para los que ven no vean. Sois un pueblo de dura cerviz».
Carlos García
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