Antiguamente, en la dictadura franquista, había personas que alcanzaban puestos relevantes y todas eran víctimas de la solicitud de su influencia para lograr una colocación de funcionario, aprobación de algunas oposiciones o cargos menores dentro de la organización del estado o municipios locales y, los que eran afines al régimen, gozaban de la oportunidad de hacer dinero con algunas opciones de compra de fincas o bienes inmuebles, pero en pequeña escala, dado que aún no se había destapado el globo de la construcción y todo el mundo sabía de qué personas se trataba y que operación habían hecho, porque se consideraba o se nos convencía de que era bueno para nuestra economía.
Al llegar nuestra democracia y el «boom» de la construcción, comienzan a entrar grandes cantidades de dinero en las inmobiliarias, constructoras y los organismos del estado y empiezan aparecer las implicaciones de muchos políticos en los grandes negocios de las empresas, vía comisiones, compra de permisos para construir donde no se podía construir, reclasificaciones de terrenos rurales en urbanos, comisiones de adjudicaciones de contratas al que más cantidad ofrecía, los EREs de Andalucía, los cursos del Inem, construcciones de obras públicas innecesarias, como nuevos aeropuertos (que actualmente no tienen servicio), autovías que no tienen sentido, ya que van paralelas a otras que ya habían sido construidas, etc., etc. Todo esto ha marchado bien y ha venido engordando las grandes fortunas de dinero negro colocado en paraísos fiscales y escapando al control de la Hacienda Pública.
Podemos ver, entre otros, el caso Gürtel, el caso Bárcenas, el caso Noos del sr. Urdangarín, el de los EREs de Andalucía, el sindicato UGT, los casos de las Baleares, los de los cursos de formación del Inem, el caso del Ayuntamiento de Marbella, incluyendo otros muchos más, últimamente el caso Pujol del partido CIU. El caso es que no se conformaban con un poco, sino que cada vez querían más y más dinero para sus grandes fortunas, que no se podrían gastar en toda su vida.
Dios, en el Salmo 48 (Vanidad de las riquezas), dice entre otras cosas lo siguiente: «¿Por qué habré de temer los días aciagos, cuando me cerquen y acechen los malvados, que confían en su opulencia y se jactan de sus inmensas riquezas, si nadie puede salvarse ni dar a Dios un rescate? Es tan caro el rescate de la vida que nunca les bastará para vivir perpetuamente sin bajar a la fosa. Mirad: los sabios mueren, lo mismo que perecen los ignorantes y necios, y legan sus riquezas a extraños».
Pero no es esto solo, la Virgen María, cuando pronuncia el Magníficat en el encuentro con su prima Isabel (ambas embarazadas, la Virgen de Nuestro Señor Jesucristo y su prima de San Juan Bautista), dice, entre otros versos: «Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colmas de bienes (**) y a los ricos los despide vacíos». ¿No creen Uds. que es lo que está pasando?
(**) Bienes espirituales y celestiales.
Carlos García
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