La nave de las confidencias (II)

Tanto ajetreo no me sirvió de nada, porque en lo que yo iba de un lado para otro, llegó mi hijo a casa y, al ver a mi marido, se arrojó en sus brazos, al grito de «¡¡¡Padre, padre!!!». Al entrar yo en casa, las primeras palabras de mi marido fueron: «¡Sal de esta casa, mentirosa!», y aquí estoy, que no sé qué hacer ni adónde ir, sin dinero, comida, ni un techo donde guarecerme; además, ni siquiera me ha dejado abrazar y besar a ese trocito de mi alma. ¡Amigas, estoy desesperada!». Remedios, una de las compañeras, exclamó: «De eso no te preocupes; mi casa está a tu disposición todo el tiempo que la necesites, pero, para tu tranquilidad, yo, si fuera tú, iría a arreglar las cosas y ser de nuevo una familia». «Me temo -dijo Dolores- que ya nunca será como antes, Ramiro no va a tener confianza en mí. Ya sabes lo que dice el refrán, «No la hagas y no la temas»». «Bueno -terció Berta-, si vamos a hacer caso de esas zarandajas, estamos aviados. Tu deber como esposa y madre es estar con los tuyos, pero en caso de que te den con la puerta en las narices, ya has oído a Remedios, y yo te digo lo mismo; puedes contar con mi casa…». «¡Y con la mía!», dijeron a coro el resto de las presentes. «¡Muchas gracias, compañeras, a todas que sois unos ángeles que Dios ha puesto en mi camino!». Durante varios días, Dolores intentó hacer las paces con Ramiro, que estaba engolfado con aquel hijo como caído del cielo, al que llevó al Registro Civil, para reconocerlo y darle su apellido. Al final, y tras muchas veces de insistir, Dolores, que aún tenía la llave de su casa, se metió dentro y se puso a hacer la cena. Tras un encuentro «frío», al fin la sangre se impuso, y madre e hijo se fundieron en un abrazo al que se sumó Ramiro. «¿No más secretos entre nosotros?». «¡No, ahora es distinto, con este tesoro en casa!». Desde ese día, la vida volvió a ser color de rosa. «Aquí se acaba mi relato, mis buenas amigas». Remedios le dio un par de besos en las mejillas. «¡Qué gran mujer eres! ¡Te mereces toda la felicidad del mundo!». Fin.

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