Punto final

Se resistió mucho, lucho y batalló hasta la extenuación. Su postura y el exceso de falta de generosidad con su partido exasperaron los ánimos al extremo. Hasta en  el círculo de los más allegados a él. Pero, como todo en esta vida, le llegó el día, su día. Y se produjo en el momento que constató que su nombre no venía incluido en la relación de candidatos a elecciones de la municipalidad. Entonces, sintió una desesperación horrible, como si la ausencia de su nombre en esta lista significara para él la pérdida de su vida.
Es cierto que antes de su llegada a la política local, su vida había sido insípida y mediocre. Se deslizaba por el mundo inadvertidamente, como una nube que navega entre tormentas. La política le había dado otra dimensión, otra relevancia y una cierta visibilidad. Pero todo en él fue arisco, tosco, un árbol sin savia, con una sonrisa sin expresión. No fue lo suficientemente bruto para sentir la felicidad de no pensar en nada, ni lo bastante inteligente como para sufrir la angustia del saber más. Nada en él llamaba la atención; todo en él era gris, limitado y barato.
Y fue, en ese preciso instante, cuando una extraña impresión le sobrecogió. Estaba dándose de bruces con la realidad, estaba asistiendo a su muerte política. Una muerte vulgar, pueril y antipoética. La visión de esa lista era la presencia de su propio sudario, como una letanía que lo condenaba definitivamente. De su paso por la política no quedaría nada bueno ni destacable. Su entierro político fue pobre, sin flores, sin lágrimas de plañideras, sin lápida y sin misas. Eso sí, cura sí que tuvo. Descanse en paz.

Salva Torregrosa

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