Un amigo sin suerte

Nos conocimos en la Escuela Profesional de Comercio de Tenerife, allá por los cincuenta/sesenta, en el mismo centro de la capital de la isla, Santa Cruz, donde iniciamos nuestros estudios mercantiles. También acudíamos juntos a una academia de repaso de matemáticas y otras asignaturas, y estudiábamos también clases de Arte Dramático en la misma capital. Nuestros padres las pasaban canutas para pagar los estudios, pero ellos querían que nosotros construyeramos un futuro, ya que ellos no pudieron estudiar.
Mi amigo Mecos era más bien bajo, y siempre estaba sólo, tenía una hermana mayor que él, muy extrovertida, inteligente y bromista, todo lo contrario de Mecos, él no parecía muy entusiasmado por hacer amigos o amigas, aunque éstas, por alguna razón, le huían, aunque no era feo, pero su aspecto era triste, apocado, nunca se sentaban con él, o, donde él estaba, pero, aunque yo tenía otros amigos estudiantes, quise ser su amigo y me sentaba con él antes o después de las clases.
Hablábamos de todo, pero uno de los temas que siempre trataba era sobre su familia, especialmente de su padre, que, aunque trabajaba, no gozaba de buena salud. A pesar de todo, su padre le ayudaba mucho en sus estudios, también lo hacía mi padre, incluso por las noches, pero su padre se cansaba mucho, hasta que un día lo operaron y murió en la mesa durante la operación. ¿Qué pasó durante la operación? ¿De qué lo operaron? Secreto del sumario, nunca se supo, no se podía hablar en esos años, y, por si no fuera suficiente, su madre, como consecuencia de la muerte, cayó enferma, muy enferma. Pasan los años, los estudios van bien, pero, desgraciadamente Mecos pierde a su madre, y, por si no fuera suficiente, su hermana entra en un serio trance de depresión, pierde la vista y se queda ciega. Mecos pierde a su medio novia, que lo abandona por otro hombre, pero afortunadamente termina sus estudios y consigue un trabajo en una Universidad como profesor, para perderlo inmediatamente porque, desgraciadamente, su hermana necesitaba seria atención y cuidados que el Estado no parecía ofrecerle. Sin novia, sin trabajo y sin amigos o amigas, y sumido en casi una depresión, y con una hermana ciega por compañía, tratan de vivir la vida dignamente en sus condiciones.
Pasan los años y continúo siendo su amigo. Hoy día, Mecos todavía vive en Tenerife, en Santa Cruz. Ambos, hermano y hermana, están muy enfermos, pero bien cuidados por la Seguridad Social.

José Antonio Rivero Santana

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