Encrucijadas

En esta mansa, por apacible, mañana de San Vicente que nos ha amanecido, y apagados los ecos de la “procesión del comulgar”, que ya es fuerte tradición, sólo nos queda un poco de lectura. Eso sí, con sorpresas sin cuento…
Porque en los tiempos que corren, ¿buenos/malos?, terminamos envueltos en esa incertidumbre que a su vez nos produce una melancolía abrumadora y deprimente. Y es que están pasando cosas extrañas, queridos lectores/as.
Ya en la Torá, se condena el culto a los falsos dioses, al becerro de oro que tenía un más amplio significado de dinero y/o riquezas. Y ahora, ensimismados, ¿no será que nos estamos equivocando dando al estado del bienestar del que ufanamos, un status de grandeza y esplendidez que no tiene?
¿Cómo es posible que la Europa en la que vivimos, tan creadora de riqueza y por supuesto “causante” de ese estado de bienestar, esté sumida en estos momentos en una formidable confusión sobre cómo arreglar el problema de los que, por miles, llaman a su puerta implorando las migajas que tiremos… pero que no queremos tirar?
Ya lo creo que están pasando muchas cosas. Esa avalancha humana nos entra despavorida, después de arriesgar su vida saltando vallas o viajando en barcazas, porque en su tierra de Siria cualquier día les puede tocar la china de la muerte si se encontraran cerca de una bomba, un pelotón de fusileros o un chaleco lleno de explosivos. Aquello es un genocidio en toda regla, junto con los otros focos esparcidos por el mundo y en el que los cristianos, por el solo hecho de serlo, llevan la peor parte.¡Por miles también! ¡Menuda lista de mártires y cómo engrosa todos los días! Así que Europa, el occidente humanista del saber y de la ciencia, ya no tiene capacidad de reacción. Porque si en su momento nos hicieron decir “je suis charlie”, no vamos a estar ahora a cada instante repitiendo la agudeza, me supongo. Además, tendríamos que preguntar por los nombres y apellidos, que es ardua tarea.
Y, en cuanto a lo que pasa en la aldea de Madrid, queridos lectores/as, que parece una aldea de verdad, dentro de la global de mentira, no sabemos si es para reír, llorar, o tener que darse prisa ante el espasmo de un esfínter. Nos cabalgan cuatro jinetes que no pueden compararse, no exageremos, con los paradigmáticos de un tal Vicente Blasco Ibáñez, pero que están haciendo, jaleados por sus estados mayores, cómo no, todo lo posible por arruinar nuestra convivencia, que ya viene de lejos bastante maltrecha. Por parejas. Hay un Quijote, con su Sancho dispuesto a reinar en Barataria cueste lo que cueste, y que están en el centro de la escena. Y los otros dos, que se repelen, esperando su turno, por separado. Aquí no tengo pronóstico, pues uno él, cazurro él, está aguantando en un rincón, sin saber por qué, y con el peligro de que el otro, que viene con garrota, lo deje tieso.
Cosas veredes, Sancho.

JortizrochE

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