La superiora le dijo que nada, sólo que lo quisieran y cuidaran como si fuera un hijo legítimo y no adoptado, pero dejó caer, así, al descuido, las necesidades de la Comunidad; el arreglo de tejados, la capilla, el huerto y un largo etcétera, sin olvidar a los huérfanos que tenían que alimentar y vestir… El hombre echó mano al «canut» (especie de faja que llevan los catalanes) y, ante el asombro de las religiosas, no sacó medio real mejicano ni uno sevillano, sino 5 maravedíes. Ante aquella fortuna inesperada, el hombre y el niño fueron despedidos llenos de estampitas, escapularios y jaculatorias. Concretemos: Ese hombre era el más rico de su aldea, con ganado de todas clases, olivares, viñedos, varias casas y extensos terrenos, aparte de que, en el sótano, bajo la cochiquera, habían hecho una habitación que estaba llena de orzas, con monedas de oro y plata, ¡una fortuna!, que se veía incrementada cada vez que el arriero volvía a casa. Al ser tratante de ganado, sus bolsillos iban siempre llenos. Pues bien, ese hombre, digo, llevó al pequeño Raimundo a una fonda y allí la patrona lo bañó, despiojó y dio un tazón de leche calentita migado con pan, lo acostó y tapó con varias mantas, y la criatura se durmió como un bendito. Toda la noche lo tuvo su padre abrazado, y, de vez en cuando, a la luz del candil, veía su rostro abrirse en una sonrisa, y su vocecita que decía: «¡Padre, padre!». Aquello era demasiado, y el forzudo caballero lloró de emoción viendo aquella joven vida que dependia de él. Púsose de acuerdo con algunas mujeres que le confeccionaron varias mudas de ropa, le compró botines y zapatos; por último, emprendieron el camino hacia su casa, viendo los campos yermos, entumecidos por el frío y las heladas, que presentaban un aspecto mísero; ni rastro de pejuares, sólo broza y rastrojo quemado, para dar fertilidad a la tierra de la que brotarían nuevas cosechas, allá por la primavera…
Continuará
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