En todos los pueblos ha habido y habrá algún personaje corto de entendederas; en el caso que nos ocupa hoy, vamos a hablar de 2 compadres, el clásico «listo» y el tontito. Se encuentran por la calle y dice el inteligente: «¡Pisha, que mar te veo, tó colorao, loz ojoz como daber picao seboyas y la narí igualito que un pimiento morrón, pa’ jaser chorisoh!». El otro (tartaja): «Pu… pu… pues que estoy resfriao y no ve… ve… veas que mo… mo… moquera». «¡Vaya!», exclama el primero, «Eso no es ná. Mira, te voy a dá un remedio zanto pa que ar día siguiente despiertes como una flor; Ezta noshe, cuando tacuestes, te pones er zombrero en los pies y junto a tu cabesa una botella de coñá, pero der güeno, y de vez en cuando le arrías un trinque. Cuando veas que er zombrero dar guertas zolo, sierra loz ojoz y duérmete. Al levantarte mañana, quizá estés un poco mareaíllo, pero ezo ze te paza si vaz ar bar y te tomas un carajillo!» (perdonad por el acento andaluz, pero es que los personajes son de un pueblo muy famoso por sus chistes). Llega la noche y el retrasadito le dice a su mujer que quería dormir solo, para no contagiarle la gripe, que le trajera el sombrero y la botella de coñac que tenían guardada desde los tiempos de su abuelo. Ella, por supuesto, se extrañó, pero conociendo el carácter del marido, hizo lo que le mandó y se fue a dormir a pierna suelta al sofá, aunque con la mosca detrás de la oreja. Se levantó 3 ó 4 veces y, a la luz del candil, lo vio con los ojos cerrados, el sombrero se había resbalado y estaba junto a sus pies, y la botella media, y pensó: «¡Mi mare, vaya tranca que va a cogé!». El tonto se curó al final, pero le tomó tal manía a las bebidas alcohólicas, que solo bebía agua y café con leche. Su amigo, el «listo», contaba la anécdota en los bares para hacer reír al personal y, como era un vago y un gorrón, todos le convidaban y entonces era él el que cogía las trancas, pero por el morro.
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