David Glasheen, empresario australiano y padre de 3 hijos, decidió, a sus 69 años, abandonarlo todo y, con su perro Quasi, instalarse en la isla paradisiaca y tropical de la Gran Barrera de Coral (Restauración). Durante 20 años ha sido el Robinsón de los tiempos modernos, o el Adán del Génesis. Su alimentación era básicamente cocos, cangrejos y pescado. Instaló una fuente de energía solar que le permitía comunicarse con el mundo a través de Internet y enviar fotos suyas y de su gran amigo correteando en extensas playas, llenas de oxígeno y yodo.
Ahora vamos fuera de esa isla, al mundo maldito donde anida la envidia, el interés económico, en el que la gente puñetera, si no está jodi… al prójimo, no está a gusto. Las autoridades australianas han tomado su estancia alli como una invasión y debe pagar al Gobierno impuestos por el goce y disfrute de esa vida sana: también por llevar al perro suelto y sin vacunar (¿Creerán que le va a morder a alguna piedra?). ¡Pero qué gilipo—z se inventa la gente! Ya lo dice el rerfrán, que cuando el diablo no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas. Los dueños de la isla son los Kuku-Yau, una tribu que le ha pedido a David que se quede allí para siempre, pero los intereses de la gente podrida y estúpida quieren quitarlo de enmedio para construir un complejo turístico con hoteles de lujo y bellas panorámicas, además de escuela de buceo y para fotografiar las maravillas del mundo submarino. David dice que si se fuera al infierno también lo echarían por quitarles el calor a los pecadores. Ver para creer; qué asco de gentuza hay en todas partes, que proliferan como las colonias de insectos.
Kartaojal
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