A la hora en que una persona guarda celosamente su intimidad, esa «intimidad» es que está liada con otro, sin que el «sobrero» de turno se percate. En tanto él le envía frases de amor trasnochadas, de aquellas del siglo romántico (no propias, sino copiadas de enlaces), ella y el querido se mofan de sus cursiladas, pues ya se ve que a estas alturas de la vida aún quedan pardillos en el mundo, y que las «lagartas» los manejan cual titiritero a sus marionetas. En algunos sectores de esas familias infieles, influye mucho la educación y el respeto que, supuestamente, deberían recibir, pero si los padres beben, y, una vez borrachos, se pelean, insultan, pegan y salen las familias a relucir, que es lo peor; esos niños son espectadores silenciosos y muertos de miedo, por si se escapa alguna «guantá» y va a parar a ellos. El colofón de toda esa algarabía es que los 2 beodos se arrojan al suelo, y, allí mismo, ante esos inocentes ojos, practican sexo de forma desenfrenada. ¿Qué ejemplo pueden dar a sus hijos? Pues que el día que sean adultos actúen con sus parejas de forma análoga, e incluso yazgan con sus hermanas, dejándolas preñadas, mas ahí sale la madre como una leona, diciendo que el bebé es suyo y no de la hija, de manera que la abuela es la madre, la madre hermana del niño; el padre, hermano de la madre e hijo de la supuesta abuela… En resumidas cuentas, que les pasa como a Juan Palomo, «Yo me lo guiso, yo me lo como». Vamos al tonto de turno, al que engatusaron diciendo que cuando estuvieron juntos él la embarazó y ahora les paga una asignación mensual al hijo de otro, y la pareja disfrutando del sudor del gili… ¡Pobres y promiscuos hombres, cómo os las dan todas en el mismo carrillo, pero no escarmentáis!
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