Los atardeceres rojos del Mediterráneo que canta Serrat llegan en las últimas horas vespertinas a besar dulcemente las calas, bahías, playas, paseos, espigones y parques de Torrevieja, una ciudad con un encanto especial. Sus gentes son la amabilidad personificada y donde vas te atienden con extrema eficacia, sobre todo en los comercios, donde, si no sabes dónde está un producto que buscas, van ellos personalmente y te lo ponen en la mano. Entre calles principales hay como unos pasadizos, que comunican la una con la otra. En esos callejones se sientan las familias y vecinos a charlar hasta altas horas, mientras los niños corretean sin peligro, ya que por allí no entran coches, motos ni bicis. Cuando pasas, aunque no te conozcan, te dicen «Bona nit, dona i caballers». Si están cenando, te ofrecen que les acompañes a probar la exquisitez de los manjares torrevejenses. Los marineros guisan que da gloria los calderos, arroces y mariscos. Es una tierra linda y sus personas un sol, que ilumina más que ese sol de tonalidades rojizas que precede a la noche estrellada; aquí no hay contaminación y se ve el cielo «limpio». Quiero dar las gracias a las maravillosas personas a las que tengo el honor de conocer desde hace 25 años. «¡¡¡Moltes gràcies a tothom!!!»
Kartaojal
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