Yendo hacia el pueblo, en la temprana anochecida, oyó Hermenegildo un fuerte ruido y como resoplidos; creyó que era un caballo desbocado, pero, al mirar, vio un toro que venía derechito a por él. En ese momento empezó a mugir, en plan ataque… «¡Pies, ¿para qué os quiero?!», pensó el Hermene, cagadito (con perdón) de miedo. Menos mal que las dos orillas del camino estaban llenas de campos de olivos, y, de un salto, se encaramó a uno, que tuvo la suerte de ser el más alto. El toro, al verse burlado por aquella presa, que ya creía segura, para cornearla, se cabreó de tal modo que berreaba y saltaba sobre el tronco. El hombre trataba de espantarlo, para que se fuera, pero el bicho se tumbó junto al olivo y allí estuvo toda la noche, pero no fue eso lo malo, sino que por 3 días estuvo allí, sin preocuparse de comer o beber. La gente del pueblo, como siempre, sacando conclusiones. «Que si se había ido con otra; suicidio; que alguien le había matado, enterrando su cadáver… La esposa, hijos, familia y compañeros de trabajo ya le velaron, hicieron el responso y dado por perdido.
La suerte fue que los mayorales echaron de menos al toro y, a caballo, con perros y la garrocha en ristre, recorrieron el campo hasta dar con él, y se lo llevaron. El pobre Hermene se había hecho «pipí», kk, estaba muerto de hambre y sed. ¡Ahí se ve cómo Dios siempre echa una mano a la gente buena, aunque sus tiempos son más lentos que los de los humanos, pero siempre hace su justicia Divina!
Kartaojal
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