El pasado día 10 de enero terminó el tiempo litúrgico de la Navidad, precisamente con la celebración del bautismo de Jesús.
A estas alturas en las que estoy escribiendo este artículo, ya han pasado diferentes acontecimientos que, hasta ahora, no habían ocurrido en nuestra sociedad; el primero es la falta de conciencia sobre el daño que podemos hacer a los demás, y me refiero al poco cuidado que se ha llevado durante estas pasadas Navidades con respecto al debido control que, contra el Covid-19, han venido recomendando los médicos y políticos para poder evitar lo que ahora está ocurriendo. Los médicos dicen que no estamos en la tercera ola, sino en la cuarta, debido a la irresponsabilidad de muchas personas.
Pero también han ocurrido hechos asombrosos, pues hemos podido ver en los medios de comunicación cómo el país considerado como el más democrático del mundo se ha visto convulsionado por la actitud de un hombre que no ha sabido aceptar los resultados de unas elecciones, manipulando a sus seguidores para realizar el bochornoso acto de la toma del Capitolio en EEUU, el símbolo más grande de una consolidada democracia.
Todo está revuelto en nuestro mundo actual, los conceptos y valores de antaño ya no sirven para esta nueva sociedad, ahora una simple protesta no es válida si no va acompañada de actos violentos, rotura del mobiliario urbano, enfrentamiento a las fuerzas de orden público y desobediencia a las normas más naturales de la historia, como es el respeto a la vida ajena y a los derechos fundamentales del otro.
Leyendo una carta del apóstol San Juan, éste define esta situación dividiéndola en dos partes totalmente diferentes, la vida y la muerte. Si analizamos nuestra actual sociedad, en ella aún podemos encontrar personas que están llenas de espiritualidad y que su principal objetivo es el de amar y entregarse a los demás, pues es el auténtico reflejo del amor que Dios nos tiene, pues Él nos amó primero, a estas personas son las que San Juan define como que están en la parte de la vida; el resto, «el otro mundo actual», es el que está en la parte denominada como «muerte».
Existe un programa de la empresa Mediaset España (Tele 5), en el que se junta a personas desconocidas para celebrar una cena e intentar intimar para una futura y seria relación de pareja, y, en el desarrollo de sus conversaciones, el tema prioritario es el sexo y el físico de la persona; es un porcentaje muy pequeño el de aquellos que buscan la belleza de la otra persona donde verdaderamente está, en su interior. Claro está, son las parejas que posteriormente prosperan y son capaces de formar una verdadera familia. Los otros viven un tiempo juntos, pero pronto llegan a la rutina, la gran enemiga del amor, y se produce la tan numerosa separación, evidentemente porque no ha habido lazos firmes de unión.
En el párrafo anterior he nombrado «la rutina» como la peor enemiga de la pareja, ya que es la causa de que a día de hoy existan tantas separaciones y divorcios. Francisco Peralta Dávalos, investigador de C. Catilic. A., uno de sus tratados lo denomina «La rutina asesina», pues sus investigaciones llevadas a cabo en Sudamérica y EEUU determinan que la rutina en la pareja es su destructora más eficaz.
En el Génesis, Dios dice: «El hombre y la mujer dejarán a su padre y a su madre y se unirán para formar una sola carne». San Pablo, en una de sus famosas cartas, nos define el significado de lo de «una sola carne», y no es otro que el sexo como complemento del amor, no como un fin. Es una entrega total entre ambas partes, sin reservas y dentro del amor existente entre ambos.
Bueno, hemos empezado hablando de la Navidad. Ésta tiene muy distintos significados para muchas personas; para unos, es la reunión de la familia en una buena cena con la lógica alegría de volverse a ver después de un largo tiempo, para otros, es la fiesta de Papa Noel, la cual hemos heredado de otros países, como otras muchas cosas, por lo que es época de compras y gasto de aquellos regalos que no nos hemos hecho durante el año, sobre todo a los pequeños, para otros, son unas vacaciones en la nieve esquiando o viajando por algún lugar del mundo y, para los creyentes, es la hermosa esperanza de recibir a Dios, que viene a nosotros con todo su amor, su misericordia y perdón, y que nos prometió una nueva vida junto a Él.
Carlos García
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