El Papa en Irak

Ayer tercer domingo de Cuaresma, vestidos mi mujer y yo de fiesta para ir a misa de doce, tuvimos la buena suerte de no poder salir ni del portal a la calle, por el intenso chaparrón que cayó en ese preciso instante. Buena suerte para nuestras calles que se limpiaron a modo, buena suerte para el aire ambiental que quizás se limpiaría también de aerosoles, también para el campo, cómo no, y buena suerte también para nosotros, que, dando media vuelta, nos subimos al piso, al principio contrariados, pero que nos duró poco. Se puede comulgar espiritualmente viendo la misa por TV. Pero Señor, qué maravilla nos ha deparado la lluvia ayer mañana. Vimos la misa de nuestra Parroquia de la Inmaculada, vimos la del Arzobispo Primado de España desde su Catedral de Toledo y vimos, ¡oh, sorpresa!, la jornada del Papa en Irak, que comenzó después, y que resultó a la postre el acontecimiento más grandioso para nosotros los creyentes en mucho tiempo.
Ya el sábado lo vimos en la Catedral austera Siro-Católica de San José en Bagdad, la capital, que presidió en su primer día de lo que consideró de peregrinación a aquella tierra devastada desde 2016 y que parecía que la guerra no tendría fín. Porque los anteriores viajes papales han sido siempre hacia nosotros, los suyos, pero éste de Irak marcará un antes y un después, porque el Pontífice no ha tenido miedo a viajar a un país, casi cuna de civilizaciones, y que repito fue víctima de la devastación pavorosa de sus ciudades y habitantes por parte de un califato musulmán espurio devenido en asesino sin piedad. Allí en Mosul, donde todavía quedan mucha ruinas, el Papa dice que ha ido en peregrinación. Y está en lo cierto. «Maestro, ¿cuál de todos es el primer precepto de la Ley?». «Amarás a tu Dios con todo tu ser y todo tu corazón y al prójimo como a ti mismo». Con esos dos se cumplen La Ley y los Profetas. Y es que allí para el Papa, allí en Irak están sus prójimos. Musulmanes, en su gran mayoría chiís, cristianos, yazidíes y otros. Y hago un inciso para protestar por las declaraciones recientes de un señor que ¿nos gobierna?, quien proclama la necesidad de suprimir las procesiones, para no molestar a «nuestros hermanos musulmanes», cuando, siendo analfabeto total religioso, se atreve a hablar de fraternidad. El Papa, que se entere el analfabeto religioso, visitó durante 50 minutos en su casa de Bagdad al líder de los musulmanes chiíes de Irak, que son mayoría. La última misa en Erbil, tierra curda, fue apoteósica. Antes de leer la oración por todas las víctimas de la guerra en Mosul y todo Oriente medio, hizo tres reflexiones trascendentales: «Si Dios es el Dios de la vida -y lo es-, a nosotros no nos es lícito matar a los hermanos en su nombre». «Si Dios es el Dios de la paz -y lo es-, a nosotros no nos es lícito hacer la guerra en su nombre». «Si Dios es el Dios del amor -y lo es-, a nosotros no nos es lícito odiar a los hermanos».
No diréis, lectores/as, que la lluvia del domingo no fue provechosa.

JortizrochE

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