Hasta que tenía cumplidos los dieciocho años, Juan era muy activo e inteligente y valiente, con muchos amigos con los que entrenaba casi todos los dias. Quería ser un atleta, visitaba la biblioteca del pueblo cada día, leía con frecuencia, sabía escuchar, era muy popular con sus amigos locales y de la universidad. Usualmente era el muchacho que organizaba todo con sus amigos, partidos de fútbol, partidos de tenis, excursiones… Era muy activo, valiente e inteligente, hasta que un día, cuando intentó levantarse de la cama, no pudo. Llamó a su madre, que, afortunadamente, estaba en la casa. Ese día no fue a trabajar.
Juan fue llevado con urgencia a emergencias del hospital de su pueblo, donde desgraciadamente le descubrieron un tumor grande en su cabeza. Fue una devastadora noticia, algo totalmente insperado porque Juan se encontraba en un gran momento personal, en perfecta armonía con sus amigos y familia.
«No me dejaré vencer por esta desgracia», dijo Juan, después de visitar el hospital. Después de todas las visitas al hospital, el tumor fue confirmado y recetado conveniente y adecuadamente, quimo diaria incluida como medida preventiva. Aunque la situación era grave y seria, Juan jamás dejó de ver a sus amigos y familia o ir a la universidad, donde empezó a dar conferencias acerca del dolor que padecía, de la ansiedad y angustia, de la injusticia de tener algo tan grave siendo tan joven, pero Juan jamás dejó de disfrutar de la vida que le quedaba, visitaba todavía la biblioteca e iba al cine varias veces a la semana. Perdió su pelo, pero no perdió su sentido del humor. Veía a su familia constantemente. Sus padres lo querían mucho, así como su familia, sus amigos lo adoraban y estaban con él en todo momento. La quimo no hacía mucho por él, lo recetado tampoco, sufría pero sonreía, todo era ya incurable, iba desapareciendo lenta pero agradablemente. Juan se iba paciente y delicadamente diciendo: «os amo a todos pero Dios me ha llamado».
José Antoinio Rivero Santana
¿Y no pidió una inyección letal? Qué raro…