Joaquinico

«Demà fa boira». «¿Qué diu, pare?». Lo malo es que la espesa niebla comienza al amanecer, justo cuando vuelven las barcas llenas de pesca, que se descarga en el muelle para llevarla a la lonja. Horas peligrosas donde no se ven ni tres en un burro. Aquellos hombres exponían su vida y mercancías al peligro, porque era el pan de sus familias. En tierra firme vivían de la caza; allá, por la Ceñuela, saltaban abundantes liebres y conejos e iniciaban vuelos rasos las perdices, codornices, tórtolas, zorzales y bandadas de fucas y grajillas, las suficientes para mantenerse. Pero esas noches de fuertes tempestades en el Mediterráneo, los abnegados pescadores de Torrevieja, se jugaban la vida, como en esta, que las nieblas cegaban la visibilidad: así fue que chocó una barca con otra, yéndose a pique con toda la tripulación y carga. Lograron salir nadando y a ciegas, con la fuerza de la costumbre, agarrándose a tablas flotantes ganaron la playa, todos menos Joaquinico, al que añorarían en las noches sucesivas, mientras cantaban habaneras y rasgaban las guitarras en el bar de ese amigo que siempre está en las malas y en las buenas. Más tarde, con gesto serio, degustaban el clásico caldero marinero.

Kartaojal

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