Dicen los que saben de estos asuntos que la primera gran cuestión que debemos dilucidar en nuestra existencia es bien clara: ¿cuál es la finalidad de nuestra vida?
Y añado yo, que no sé nada de estos asuntos, que la segunda gran cuestión que debemos plantearnos es: ¿cuál es nuestro lugar en el mundo?
Así que, a bote pronto, aquí tenemos dos interrogantes que deben ser despejados para hallar el sentido final de nuestro devenir existencial. Que, dicho así, suena un tanto rimbombante, no lo niego. Y requiere de una cierta dosis de chaladura y palabrería para salir con elegancia del envite. Y lo reconozco, creo que me estoy metiendo en un berenjenal del que no sé muy bien si voy a poder salir sin llenarme de barro hasta las rodillas. Pero acéptenme, los muchos o pocos que lean estas líneas, el coraje y la inconsciencia de intentarlo.
Más que tener claro lo que quiero en la vida, he tenido bien definido aquello que no quería en la vida. Que no es mal principio, de entrada. Por tanto, a la pregunta de «¿cuál es la finalidad de mi vida?», puedo responder que no lo sé, pero que sé perfectamente cuál no es la finalidad en mi vida. Y, bueno, por resumirlo un poco, no están en esa finalidad, que aún no entreveo, ni la mentira, ni la traición, ni la cobardía. No está en mi vida matar políticamente a otro para ocupar su sitio, ni quitarle el trozo de pan a nadie de la boca, ni vender mi alma al diablo por un «puestesico» de salida en una lista electoral. Que quiero recordarles a los que en los últimos días se han preocupado por qué voy a hacer sin trabajo, del cómo voy a alimentar a mi familia después, que me sugerían analizar lo que estaba haciendo, que tal vez debía cambiar de rumbo. Quiero recordarles, comentaba, que mi padre, «el Terri», siempre me dijo lo mismo cuando la infamia tocaba a la puerta: «Hijo, las amenazas se las pasa uno por el forro de los coj…s». Hablaba poco, pero hablaba con sentido y no se andaba con zarandajas a la hora de pasarse lo que hiciera falta por donde le apeteciera.
En cuanto a la pregunta de «¿cuál es mi lugar en el mundo?», siempre lo he tenido claro. Mi lugar en el mundo es Torrevieja. La ciudad que amo por encima de todo y a la que defenderé, al precio que haya que pagar, de la mediocridad y la falta de altura e ideas que asoma por el horizonte. Qué buen vasallo, si hubiere buen señor.
El patio socialista anda muy alborotado. Se echan de menos aquellos tiempos en los que la seriedad y el compromiso ideológicos se sabían encajar con los intereses de estado. Felipe González, lider sólido, no renunció a la ideología ni escapó de las exigencias del gobierno de una nación tan grande como España. Pero nunca cayó en la trampa que a todos tiende el ego. Sánchez sí. Y ha descarajado a todos los socialistas de los de antes de las redes sociales. Los nuevos quieren ser como él, a nivel estatal, regional o local, da igual. Por eso, también en Torrevieja, andáis jodidos. Y tú, Rodolfo, no sabes dar codazos, por lo que no tienes remedio hasta dentro de muchos años.
Paciencia, contención y reflexión.
Pero si han votado una ley autonómica vasca de reconocimiento de las presuntas víctimas de abusos policiales (cuando denunciar abusos estaba en el manual de la ETA) y cuando los contados casos producidos han tenido una sentencia penal de los tribunales de justicia. El mundo al revés