De sobra es sabido que todo el que se muere era muy bueno. Pero, ¿y en vida? Conozco personas que tienen la desfachatez y poca vergüenza de poner a alguien como un trapo, y acudir al duelo cuando fallece. Y, me pregunto: ¿Para qué lo hará, si el muerto no se entera? Es más, si «levantara» la cabeza, lo iba a echar de allí a latigazos, como hizo Jesucristo, al ver su templo profanado, como si fuera un mercado y no casa de oración. Sentado este precedente, mi homenaje de hoy va a ser para José Sacristán, ese actor tan maravilloso, que ha actuado en muchos papeles: cine, teatro, series de televisión, muy buenos y destacados, pero yo me quedo con «Un hombre llamado flor de otoño», «Asignatura pendiente», «Gran Hotel», «La Vaquilla», «Julio César», «La pulga en la oreja», «La familia y uno más», «Españoles en París», «Sex o no sex». Obtuvo varios premios a lo largo de su carrera. José María Sacristán Turégano nació en Chinchón (Madrid), cuna del buen aguardiente y anisette. Conoció a su padre cuando estaba en la cárcel de Toledo, con su madre, por sus ideas republicanas. Franco exilió al padre, pero, cuando volvió, se fueron todos a Madrid a alquilar un piso con derecho a cocina. José decía: «Mi abuela, padres, mi hermana y yo dormíamos todos en la misma habitación, y, en verano, se adosaba una prima». ¿¡Habrá más humildad y verdad en un hombre que vivía prácticamente en la miseria y hoy es rico, querido y respetado por todo el mundo!? Se rodeó en su trabajo de los mejores: Paco Martínez Soria, Alfredo Landa, Tony Leblanc, Lina Morgan, José Luis López Vázquez y un largo etc. ¡Va por ti, maestro!
Kartaojal
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