Vivimos un tiempo convulso, turbulento, revolucionario y muy violento de consecuencias peligrosas, impredecibles, que recorre toda España, con un tsunami apocalíptico, de terrorismo y ancestrales odios, de un catalanismo republicano subversivo, nacionalista y separatista, con un falso pronunciamiento cívico, pacífico, que está haciendo un terrible daño; enfrentando y rompiendo en dos tanto a catalanes como a españoles.
Ayer escribía un artículo en «El Periódico» con dolor por la insurrección catalana barcelonesa, cuyo título era «Hoy he llorado», pero hoy ya no lloro. Sólo tengo un hondo resentimiento. Un rechazo. Una repulsa por esta grave situación que estremece y subleva mi espíritu igualitario pacífico, viendo la prepotencia supremacista de los que dicen ser superiores. Su soberbia de clase, de casta, y puras raíces catalanas, que les lleva a destruir y quebrantar la paz, la convivencia, en Cataluña y España. Barcelona arde. Incendiadas sus calles con barricadas de contenedores, cortes masivos de carreteras, trenes y el aeropuerto del Prat por los violentos y salvajes desmadrados CDR en una guerra de guerrillas bien estudiada y organizada, incontrolable, que ha producido heridos graves y tiene en jaque a las fuerzas del orden de la nación y las catalanas, mientras los odios andan sueltos cada vez más y se repropagan como el aire. Dan miedo y pavor Quim Torra, Puigdemont y compañía, que los protege y alienta. Los lazos amarillos y los dos millones de catalanes -a Dios gracias sin mayoría-, envueltos en banderas revolucionarias de patria, nación, lengua, cultura y riqueza propia. Mientras, propagaron como un mantra indio, para hacer daño y enardecer a sus fieles seguidores, esa falsa falacia de que «España nos roba», y tan «tontos» e «ingenuos» son que no sabían que los «ladrones» los tenían en casa, y eran presuntamente el muy honorable Jordi Pujol, expresidente catalán, su esposa, Marta Ferrusola, y su diligente y lista saga de «aquí p’allá» y la multiplicación de los «peces» del tres por tres, más otros altos cargos del Palau de la Música, que no roban gallinas. Y no pasa nada, todo bien lavado queda en casa.
Yo digo que España es una unidad de naciones que nos enriquece con sus propias lenguas, culturas y costumbres varias, y no se puede destruir, y me pregunto: ¿qué borrascosos y huracanados tiempos de odios, incendios, barricadas y enfrentamientos quedan por venir y, si todo se apacigua, cómo quedarán las turbulentas aguas… Dos fragmentos de mis poemas, «Los demonios de los nacionalismos» y «Ellos», en sus últimas estrofas: «Ellos, los que han alimentado // y fomentado los descarnados odios e iras,// ¿cómo los apaciguarán tras la contienda? // y los harán volver de nuevo, // al sosiego, a la paz que empeiza nunca… // No hay patria, ni raza, ni cultura, // ni identidad, que sólo a unos pertenezca. // Sólo una raza: la raza humana. // Dan miedo los que dicen ser diferentes // y, por ello, esparcen odios, // asesinan y matan, el sentido humano, // racional, de la existencia. De la vida».
Josefina García
«Yo digo que España es una unidad de naciones …»
«La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles,…» No lo digo yo, lo dice el artículo 2 de la Constitución Española, aprobada por el 90% del pueblo español en 1978.
Hágaselo mirar, doña.
naciones …» vs Nación española
Por si no lo ve (por si las letras no le dejan ver el texto)