Los 3 golpes en la aldaba de la puerta sonaron como bombas en el corazón de Pascualico, que, temeroso, empezó a correr escaleras arriba, hacia el desván, pero, en mitad del camino, paró para recuperar el resuello, y de nuevo volvió a sonar la aldaba. Su amo estaba dormido, con una borrachera de aúpa, y él, solo. Bajó despacio, con la palmatoria en una mano y la otra haciendo pantalla, porque la llama de la vela oscilaba. «¿Quién es a estas horas?», habló con voz aflautada. Era noche cerrada y, a esas horas, sólo los bandidos andaban por las calles, pero le contestó una voz suave: «¡Abrid, por caridad, a un siervo de Dios, que anda errante. Soy hombre de paz!». Empezó a abrir cerrojos, quitó la tranca y un cubo de «ferro», que ponía para que hiciera ruido. Entró un hombre corpulento requiriendo al mozo su ayuda para cuidar y acomodar la mula en la cuadra. Luego ambos entraron en la casa, que era la iglesia del pueblo. Dijo el cura, don Zenón, que tenía mucha hambre y sed, asi que Pascualico le sacó de la alacena 1/2 queso de oveja, curado, como 2 kilos de uvas y un pan redondo. Preguntóle el clérigo si habría algo de vino, para refrescar la garganta. «Mi amo, el párroco, tiene una buena bodega, pero señala las botellas por si a mí me da por darme unas alegrías al cuerpo»…
Continuará
Kartaojal
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