Muy señores míos,
No sé por qué me tomo la molestia de mandarles este correo, pues de seguro que ni siquiera le darán lectura hasta el final, por lo que, de publicarlo, puede que mucho menos. De todas formas, por tranquilidad de mi propia conciencia, me veo en la necesidad de exponer lo siguiente:
Debido a la crisis económica que se nos está viniendo encima -crisis provocada por la mala gestión de las instituciones y demás entidades tanto públicas como privadas-, ahora el Gobierno pretende librarse de muchos emigrantes que se queden en el paro, repatriándolos a sus países y abonándoles allí las pagas a las que tuvieran derecho. La medida, en principio, no parece del todo mala, seguro que el dinero que cobre cada emigrante en su tierra le rendirá más allí que si se quedase aquí. Pero el problema es otro, y mucho más grave. Muchos de estos emigrantes a los que se quiere mandar a su tierra no irían solos, sino que tendrían que llevar a sus esposas y a sus hijos. Y aquí es donde está el problema. Hay muchos emigrantes que tienen hasta tres y cuatro hijos nacidos en España, niños españoles en toda regla. Niños nacidos, criados y educados en nuestra cultura. ¿Ha pensado alguien en ellos? Nadie se ha dado cuenta de que enviar a estos niños a países como, por ejemplo, Sierra Leona, Camerún, etc., es exponerlos al riesgo seguro de morir a causa de las enfermedades endémicas de estos países. ¿Nadie se quiere parar a pensar en el impacto psicológico negativo que puede tener en ellos el marchar de un país en el que tenían de todo para ir a otro en el que literalmente se les van a comer las moscas? Podría seguir exponiendo muchas más cosas, pero lo dejo aquí. Lo importante ya está dicho. Posiblemente es como si nada dijese. ¡Qué más dan unos pocos niños muertos más! Pero sepan una cosa, a estos niños los vamos a matar nosotros, y todos somos culpables. Unos por dar las órdenes, otros por ejecutarlas, y los otros por callar.
Atte.,
H.F. Fernández
Autor de «Entidades de otros mundos», obra sobre el humanismo
que hace especial hincapié en la hipocresía política y religiosa.
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