Es desolador cuando te sientas y pones una cuartilla en blanco ante ti, y no sabes qué decir o por dónde empezar. Parece como si el mundo estuviese en fase terminal, con tantos fallecidos por el virus Covid, accidentes, peleas, reyertas y fenómenos atmosféricos de origen adverso, como la borrasca Filomena, que ha asolado España, dejando un indeleble rastro de lluvias, nieve y vientos gélidos. La gente nos engreímos y nos creemos más que nadie, pero, al ver estas cosas, nos damos cuenta de nuestra fragilidad e impotencia; esa es una forma, diría yo, de bajarnos los humos. Hay gente que se recrea en el dolor y desesperación de otros y no miran por encima de su hombro lo que tienen en la espalda, pero es Dios, con su infinito poder, el que coloca a cada uno en su sitio. Por mi parte, como no tengo celos ni envidia de nadie, cada día doy gracias a Nuestro Padre por sus bondades, y pido clemencia para el mundo entero. Lo ideal sería lo que predicen ciertas religiones y que el mundo fuera un paraíso lleno de flores, animales y gente noble. Supongo que eso sería en los tiempos del Jardín del Edén, cuando Adán y Eva campaban a sus anchas. Ahora, en el Paraíso Terrenal, está la cosa como para gastar bromas. Esperemos que cambie, por el bien de las nuevas generaciones.
Kartaojal
«El paraíso está en la Tierra», ha dicho uno que no es normal.