Siempre se ha dicho, por activa y por pasiva, que el núcleo de nuestra sociedad ha sido la familia, para unos gobiernos y para otros; si no hay familia, no hay sociedad. Pues bien, este núcleo está siendo atacado despiadadamente por las separaciones matrimoniales. ¿Sabían Uds. que el número de divorcios en nuestro país casi alcanza al de matrimonios? De cada cuatro parejas establecidas legalmente, se divorcian tres. En lo que va de año, han contraído matrimonio algo más de 20.000 parejas y se han divorciado casi 19.000. Ostentamos el récord mundial en cifras relativas, somos el país en el que menos duran los matrimonios y en el que más matrimonios se rompen.
Como consecuencia de lo anterior, podemos comprender el absentismo escolar, la falta de motivación de los hijos en los estudios y cómo éstos chantajean a los padres separados subastando su cariño hacia ellos, por lo que la responsabilidad paternal se ve menoscabada en perjuicio de los niños. Claro está, esto es una generalidad, puede haber hechos concretos en los que no ocurra así.
Ante este análisis de la realidad de nuestro país, es lógico que algunos nos preguntemos qué está pasando y por qué, ya que en nuestra Comunidad Europea nos sobrepasan en mucho en la estabilidad de la pareja y, por tanto, de la familia.
Buscando motivos que sirvan para dar una explicación de por qué los matrimonios se separan, el otro día pude presenciar en televisión una encuesta a pie de calle que hacía esta pregunta. Las contestaciones fueron muy variadas y, resumiendo, más o menos fueron: «ya no nos aguantamos», «ahora podemos coger y dejar una pareja cada vez que queramos y listo», «no tenemos por qué aguantar», «ahora no es como antes», etc. Tan sólo una joven, entre todos los entrevistados, se atrevió a decir «Ahora no hay amor». Es el gran ausente de esta historia. Aquello que creemos es libertad, no es otra cosa que esclavitud y falta de madurez.
Tal vez la explicación nos la puedan dar dos jóvenes que escuché casualmente, aunque no era mi intención. Por lo que hablaban, eran hermanos, un muchacho y una muchacha solteros, se estaban confesando mutuamente sus fracasos amorosos con sus compañeros de turno y se lamentaban de que no finalizaban ninguna relación con éxito. Ella, en un momento de la conversación, le dijo a su hermano: «Tal vez exigimos demasiado, queremos encontrar lo que existe entre nuestro padre y nuestra madre, ese amor tan profundo y ese respeto mutuo, en definitiva, esa entrega del uno al otro y esa felicidad que hay en nuestra casa». Su hermano, tras un pequeño silencio, le confesó: «Sí, efectivamente, es eso lo que yo no encuentro».
Como vemos, aún existen jóvenes que buscan el auténtico amor, la madurez y libertad que proporciona el mismo, no se dejan embaucar por primeras impresiones o deseos carnales, saben lo que buscan y les cuesta mucho encontrarlo, y tal vez ya no lo encuentren.
No escuchamos a los grandes intelectuales. Premios nacionales de nuestra literatura nos están denunciando casi continuamente que estamos perdiendo nuestra espiritualidad, estamos dejando nuestra fortaleza y nos estamos volviendo débiles, lo que nos lleva, como la historia universal demuestra, a la pérdida de identidad y al desastre.
Carlos García
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