¡Cuelpo a «tieltla»! (2ª parte)

…que, compadecido del anciano, lo recogió del arroyo, trasladándolo a las dependencias, en lo que su asistente daba agua y comida al pollino. Juanico sacó de los serones los chorizos, morcillas, pancetas, queso, el vino… Los compañeros que disfrutaban del festín daban cachetes en la espalda de Rafael. «¡Tu padre es la leche, vaya tío más campechano!». Juanico trabajó en los establos, limpió letrinas y ayudó en la cocina, haciendo unos guisos que se chupaban los dedos. Como estaba acostumbrado a guisar para los obreros en el tajo, se le daba muy bien aprovechar las sobras de las perolas para hacer macarrones, empanadas… Los superiores le pidieron que se quedara en el cuartel, pero en el pueblo estaban su mujer y dos hijos más. «¡No se puede servir a Dios y al Diablo!», les dijo, así que una madrugada, al pintar el alba sus rubores en el horizonte, agarró el ronzal del jumento, se caló la boina y, echando mano a la petaca y el papelillo Jean, se lió un cigarrillo, despidiéndose de todos con lágrimas en los ojos e hipando, emprendió el regreso a la aldea. Allá quedó Rafalillo todo compungido, que, sacando pecho, repetía: «¡¡Nada, nada, la Patria es lo primero y más importante que la familia. Mi verdadera madre es mi bandera!!». Poco tiempo después lo ascendieron a cabo chusquero. Después de dos años de mili obligatoria, se reenganchó para seguir la carrera militar que, por lo visto, era lo suyo y no estar toda la vida con el almocafre escardando los campos o guiando el trillo en la era. Mientras escalaba puestos, suspiraba satisfecho por ser útil a una nación que había quedado en la miseria con la Guerra Civil y necesitaba sangre joven para levantarse. Hace años que murió el Comandante Rafalillo («Frenillo»), pero sus compañeros, hoy ancianos, le recuerdan por su famoso «¡Cuelpo a «tieltla»!». Con los años, llegó a ser un buen oficial, amado por los jóvenes soldados.

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