La Catapez

Dolores «La Catapez» era la loca del pueblo. Estaba recluida en la cámara alta de su casa, atada con gruesas cadenas. Sólo se podía meter en aquel lugar su madre, la única persona a la que la loca temía. Llevaba el cabello tan largo que le arrastraba por el suelo, y las uñas, largas y curvadas, con una longitud de 50 cm. Era imposible cortarle, tanto una cosa como la otra, lo primero porque su madre no podía sola, y lo segundo, no fuera a tomar las tijeras de manos de su madre y clavárselas. Cuando le daba el ataque de locura, se daba cabezazos contra la pared y hacía crujir las cadenas, babeaba y lanzaba unos alaridos que ponian los vellos de punta. En aquellos tiempos no se sabia qué podía ser aquello: la gente opinaba que era herencia familiar. Si hubiera sido hoy, sin duda, y debido al escáner, se sabría. Haciendo conjeturas, podría ser un tumor o coágulo en la masa cerebral. Los aldeanos, con esa maldad de la gente ignorante y analfabeta, le lanzaban piedras contra la verja de la ventana y a gritos le decian: «¡¡Loca, Catapez, furritezzzzzzzz!!», y la loca arremetía contra los barrotes, zarandeándolos, con tal fuerza que un día rompió uno y, apalancando, ahuecó el resto, y dando un salto cayó en la calle, lanzándose tan cabreada contra los que la enfurecían, que destrozó a dos hombres a bocados y arañazos. Con extrema precaución, valiéndose de ladrillos, piedras y trozos de chapa que les sirvieran de parapeto, lograron, entre 20 hombres, reducirla y llevarla otra vez a su cámara. Un día, sin saber cómo ni por qué, apareció muerta, toda morada, casi renegrida; se supone que se le debió reventar alguna arteria, dando lugar a un derrame interior… ¡Pobre Catapez!