Resulta siempre extraño considerar como normal que muchos imiten la última imagen que aparece en la pequeña pantalla. Pero las frases que he podido recoger hoy sobre el tema de la televisión me animan a tratar el tema con más rigor desde la reflexión como estado de ánimo.
Y me adentro sin más en el mundo semiótico del filósofo y escritor italiano Umberto Eco, que se ufanaba de no haber fachendeado su imagen en la televisión, pues, según él, la pequeña pantalla aminora lo que se debiera comunicar a ojos vista. ¿Será porque neutraliza los puntos de encuentro entre los seres humanos? Así parece deducirse de la lectura de su novela «El nombre de la rosa», publicada en 1980, cuyo título yo me repetía entonces para acercar a la mente el valor simbólico de nuestros mitos ancestrales. Umberto había nacido en el Piamonte y se envalentonaba de sus tradiciones y valores culturales como antídoto a las simplificaciones del mundo moderno visto a través de imágenes vacías de contenido.
No se trata de que no sirva la televisión para informarse de lo que ocurre a nuestro alrededor, pero no que se emplee para otros intereses, reflejando siempre la trastienda de quienes nos quieren meter por los ojos los productos en cuestión, que no interesan a nadie de sano juicio, pues se acentúan los rasgos del atractivo físico para no estimular nuestra autoestima y poder así falsear nuestra propia imagen ¿No será que quieren atosigarnos con imágenes psicalípticas sin que nos dé tiempo a constatar que no son reales? No es de sorprender, pues, que el pequeño artilugio cree una dependencia entre sus admiradores cuando se enganchan como si sus ojos ya no vieran más que lo que aparece en la pequeña pantalla.
Yo, al menos, no soy adicto a la televisión y mi pequeño aparato ocupa su lugar más entre mis chucherías, aunque evitando que se atreva a destrozar mi tiempo, si bien se encuentra casi estrechando la mano a mi ordenador, pero le doy preferencia a éste último por su mayor utilidad; con todo, puede resultar tan adictivo como todo lo que nos engancha sin dejarnos pensar por nosotros mismos, diría Gilbert Cesbon: «porque si nos ofrecen temas, no nos dejan tiempo para recapacitar». Y valga aquí el testimonio de Umberto Eco, quien los compara a la energía nuclear cuando dice que «todos ellos sólo pueden canalizarse a base de claras decisiones culturales». Muchos se ensañarán, sobre todo, por sus abusos, más que por lo que significan, ya que resultan el referente a lo que en realidad pasa fuera del ámbito de la infinidad de imágenes que nos rodean, creando espacios entre lo individuo y lo global.
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