Como esta semana ha sido así como un poco chunga, por aquello de alargarse en el ocio, en el descanso, en la reflexión, cuesta un poco más levantar el vuelo y ponerse a escribir. De hecho me han llamado la atención desde la redacción. Menos mal que el viernes está a la vuelta de la esquina, que si no… Iba a decir la pasada quincena que me congratuló muy mucho de haber podido visualizar a mi jefe Montoro, junto a tres ediles populares más, incluido el de Educación, Daniel Plaza, participando en la justa, democrática y, ya está bien, manifiestación, grito, reivindicación por la amplia reforma del colegio público Acequión. Lo bueno es, me da la ligera sensación, de que el concejal de la rama educativa está cumpliendo su promesa de estar allí donde estén los padres, los profesores y los alumnos. Desde luego, eso le honra y dice cosas buenas de él, a pesar de otras personalidades estén en contra de su gestión o les tenga manía, o vaya usted a saber. Es obvio constatar el hecho de que los cuatro concejales, tres chicos y una chica, estaban representando al mismo tiempo al grupo político al que pertenecen. El tema reivindicativo de la Enseñanza en Torrevieja, paradigma de los malditos y subdesarrollados barracones escolares, no es nuevo ahora, y mucho se ha escrito sobre esa sangrante y lamentable situación en nuestra comunidad educativa. Se ve que algunos están ya un tanto hartos de aquel dicho popular de «Prometer hasta el meter, y cuando han metido, nada de lo prometido», o algo así, que estoy jugando con mi memoria un tanto maltrecha ya. Bien, a lo que iba, que no quiero despistarme ni despistar a mis amables lectores: esa actitud cívica, ciudadana, social, les honra, porque entre otras cosas… ya está bien de darle vueltas a la peonza.
Veo, por otra parte, y sin deslapizarme un ápice, que los juzgados andan calientes con declaraciones y más declaraciones, con asuntos espinosos y de mucha envergadura como la licencia de actividad para la planta de transferencia o la contrata de las basuras… y no escribo más no vaya a ser el diablo que mi jefe me meta en cintura y no vuelva a mirarme ni a la cara, y eso que tengo dicho que la gestión en Cementerios (área de la que me siento su fiel subordinado) ha sido y es buena; la de Alumbrado Público bastante mejor, a decir de una llamada telefónica de un ciudadano que se sentía como tal porque había hecho caso a una de tantas quejas en una determinada urbanización; o la gestión del Agua, aunque llevará siempre el estigma de la maldita calle «europea», de Caballero de Rodas, pero ese es otro cantar. Con todo esto es probable, por aquello de envidiosos del mundo uníos, que le haga un flaco favor a este concejal, pero como sigo con mi vieja consigna de escribir y comentar y opinar sin maldad, pues eso que llevo ganado. Y a quien no le guste pues que se de una vuelta por su barrio. Ah, por cierto, como es mi jefe y soy un pelota nos hemos regalado mutuamente un lápiz y rotri de punta fina; yo para seguir con los apuntes en mi cuaderno de navegación periodística, y el para continuar estampando la firma, por lo fino, en sus múltiples expedientes. Y si tengo ánimo, ganas, cuaje, sensibilidad y una pinta de mala leche en el próximo número me descargaré con ese manido y embutido tema de la Antitorrevieja, aunque ya publique uno y me costó un disgusto. Pero fui uno de los primeros en denunciar ese sublime embeleco. Dios me asista, caros amigos.
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