Algunas reflexiones relativas a ciertos hábitos de la vida «social» y «personal»

Bebemos porque los otros beben. Una vez que nos hayamos acostumbrado a beber, seguro que nunca faltará una ocasión para continuar bebiendo.
Las personas beben porque se reencuentran; beben cuando se despiden; beben cuando tienen hambre, para matar el hambre. Beben cuando sienten sed para matar la sed. Beben cuando están satisfechas, para abrir el apetito. Beben cuando hace frío para calentarse y cuando hace calor, beben para refrescarse. Beben cuando están cansados para quedarse despiertos. Beben cuando no pueden dormir para quedarse dormidos. Beben cuando están tristes y beben cuando están contentos. Beben cuando bautizan a alguien y beben cuando se entierra a alguien. Beben, beben. Pero no deberían beber para olvidar sus penas, angustias y pobreza espiritual. Les pasa a algunos. Dicen querer ahogar sus penas, angustias en el alcohol. Pero de nada sirve. Sus malditas penas, angustias, saben nadar.
El alcohol no da o es una respuesta, porque bebiendo uno se olvida de la pregunta.
Comienza así una situación anímica, un estado psíquico cada vez más deprimente/depresivo, hasta el límite de no poder sobrellevarlo más. Intervienen los miedos a ser juzgado, criticado, rechazo. Se suma el sufrimiento de la vergüenza. Uno siente la inexorable pérdida de la ética, la moral. Pesa la desaparición del concepto de la confianza en sí mismo, de la autoestima. Está también el miedo a ser catalogado de incompetente, asocial. Los amigos y allegados se distancian.
Y esto doblegado por la humillante soledad; el gran vacío; la incomunicación excepto con la droga alcohol.

El Ruralico

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