Con sobrada frecuencia y después de haberse sometido a un tratamiento de desintoxicación, estancia más o menos prolongada en una clínica, asistencia especializada «ad hoc», etc., el rehabilitado recae, debido a influencias periféricas, el entorno… Posiblemente los compañeros de trabajo, incluso, serían los instigadores, si el colega cae en la ilusión falaciosa de poder «tomar una copichuela» de modo controlado. También ocurre la esperpéntica apuesta entre los camaradas, anteriores, co-bebedores, de que en «x» tiempo el susodicho volverá a compartir algún whiskata con ellos. «¡Pues no faltaba plus!», diría el bocazas del grupo. Después, si «cae», se burlan de él.
Que la +/- mitad de las recaídas sean debidas al desconocimiento del mundo que rodea al afectado es un hecho.
Existe una sensación confusa, desconcertante por parte de la mayoría de las personas, teniendo en cuenta que los adictos al alcohol son una minoría que generalmente se considera marginal.
El abstinente, en esta sociedad, está de continuo expuesto y enfrentado a invitaciones, exhortaciones y animado para «tomar un trago» en tanto también como acto social.
Si continuamente se dice «no», se le considera raro. «Algo pasa con él». «A ver si es de esas sectas que ni fuman, ni beben, ni nada de nada».
¿Qué explicación puede dar la persona en cuestión si se le pregunta «y tu, ¿porqué no bebes?»? La resistencia del afectado puede ceder y finalmente se derrumba si encima influyen ciertos factores emocionales, anímicos.
Al alentar al recuperado a beber no es raro que se trate de una auto-justificación, una coartada para verse avalado en su propia ingesta alcohólica.
El alcoholizado siempre será el «otro».
El Ruralico
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