La dialéctica de la paradoja

Blaise Pascal (1623-1662)

Si filosofar es caer en la cuenta de que se piensa, podría bien consistir en una tautología de «lo mismo por lo mismo», a no ser que se tratase de una paradoja, que es lo que dictaminaron los primeros pensadores presocráticos para escurrir el embrollo.
Y vale la pena seguir su desarrollo a través de la historia de nuestro pensar occidental, pues fue sin duda el presocrático Zenón de Elea quien levantó la liebre creando confusión con el problema pitagórico de los números, pues, según él, confundían con sus aclaraciones. «¿Quien es primero el huevo o la gallina?», arguiría Aristóteles, pero la diatriba se complicaba al imaginarse que una serpiente podría engullirse a sí misma si comenzara por su propia cola.
Pero fue Blaise Pascal quien analizó al ser humano en su situación paradógica de «estar perdido entre lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño», en que la apuesta terminará en empate porque no perder es ya una forma de ganancia. Le siguieron infinidad de analistas de la condición humana: Nietzche, Proust, Dostoyevski, Kafka, Mauriac, Malraux, Camus y Sartre, que pusieron al claro, desde el análisis del pensar, que la existencia humana es de por sí una paradoja que habrá que deshilachar si se quiere aclarar el hecho de nuestra supervivencia.
Y quiero concluir con un ejemplo del fenómeno humano como la mayor de las paradojas, pues Lucius Annaeus Seneca, habiendo sido preceptor de Neron Claudius Drusus Germanicus durante la era imperial, como orador romano analizaba estoicamente aquella época de decadencia en los valores éticos manteniendo que «una gran estatua siempre resulta pequeña cuando se le quita el pedestal», lo que le provocó el infortunio de su propio suicidio: «El haber vivido plenamente mi vida», dijo sin embargo «es ya en sí la máxima paradoja».

HECHOS Y DICHOS
El silencio es el grito más fuerte. Arthur Schopenhauer

COPLA A LA MUERTE DE SU PADRE

Nuestras vidas son los ríos
Que van a dar a la mar
Que es el morir

Jorge Manrique

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