Sobrecostes es una de las palabras que están de moda. A nivel mundial ya nos han dejado en ridículo, debido a la concesión de los trabajos en el Canal de Panamá a una empresa española, que ha actuado como lo suelen hacer aquí. Y todo el mundo se ha enterado de las chapuzas que en España se suelen hacer. Sobre todo en los últimos años ha sido una auténtica vergüenza. Para algunos aún puede suponer algún disgusto. Ahora que según las encuestas, lo que más preocupa a los españoles tras el paro, es la corrupción. Se licitaban obras a discreción y sin miedo, por un valor imaginario. La empresa, casi siempre amiga o benefactora, se quedaba con la ejecución de la obra y después se empezaban a añadir «sobrecostes» a diestro y siniestro. Se terminaba pagando hasta el doble (o más) de lo licitado y aceptado en principio. Por el camino quedaban empresas que habían competido y que -quizá- no habían querido o podido entrar en ese sistema, como pasó en América. El dinero era público -o sea, de todos- y nadie lo defendía, así se despilfarró con esa gran alegría que ahora estamos descubriendo que se hacía por todas partes. Ese es otro punto donde se ha estado viviendo por encima de las posibilidades, no los sufridos españoles de clase media y baja, que ahora tienen que pagar los platos rotos. Bien es cierto que muchos de los políticos y banqueros que ejercían de esas formas tan deleznables como corruptas se están viendo en los Tribunales de Justicia. Pero mientras no les hagan devolver todo el dinero que se han embolsado ilícitamente, no se hará justicia verdadera. Y eso sabemos todos que será complicado. Pero aún quedan sobrecostes por descubrir. Aquí según asegura la oposición, en el teatro hubo los suyos y ahora parece que los van denunciar. Veremos a ver qué pasa.
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