Había una vez un pueblo llamado saharaui con sus hombres altos y morenos rellenando los escaños del Congreso de los Diputados de «aquella España». Ahora se nos critica que, como colonia que fue, debiera tener en el actual contexto geopolítico, como ahora se dice, representación ante las más altas instancias mundiales.
Pero esos hombres altos y morenos que hablaban en castellano tan bien como nosotros y se consideraban españoles han sido diezmados en sus cuadros dirigentes por una democracia ejemplar y amiga, la marroquí (o «marrocana», en simpática expresión de un amigo mío y que me mola sobremanera), y por los cuales temo orfandad para siempre, de tan siquiera una mísera autonomía. Es la monarquía vecina cruzando el estrecho, trabajando en cuerpo y alma por educar a sus súbditos, perdón, sus ciudadanos, para que puedan ellos, por ellos mismos, montar la caña y pescar el pez. Los hombres de allí, como los de otros pueblos adheridos a la pomposa y estrambótica Alianza de Civilizaciones, son incapaces de realizarse como tales y con sus derechos inherentes, ante el inmenso poder de un Estado nada permisivo al más mínimo desarrollo que hiciera peligrar sus desmanes y satrapías. Nos manda pateras sin cuento, como no tendrán estadísticas, sin avergonzarse del censo de muertes pasadas, presentes y futuras, consecuencia de ese éxodo ignominioso. Como dicta la Ley, la ética y la moral cristiana y las demás, los atendemos y les damos alimentos y medicinas, faltaría más, y aquí sí disponemos de recuentos con el número de vidas que en dispensarios, centros de salud y hospitales se han salvado ya; sin citar la labor de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, junto a Cruz Roja y Protección Civil. ¿Por qué les cuento este rollo a los pocos lectores que me pueden estar leyendo? Pues porque me he quedado alucinado al enterarme de que el Jefazo de esa ejemplar democracia vecina nos envía un avión para repatriar el cuerpo sin vida del pequeño Ryan, que se nos ha muerto a nosotros, los españoles, entre las manos, después de haberlo sacado, a vivir, del vientre de su madre moribunda (?). ¡Así aprenderemos! ¡que no se junta Mohamed rey con españoles prepotentes y descreídos del Profeta…!
Pero, como no podía ser menos, terminaré remitiéndome a la Doctrina Social de la Iglesia, que ha sido faro luminoso para aquel que lo haya querido ver. En todos los tiempos y en los actuales más, cuando todas las estructuras del poder, de todos los poderes, han fallado estrepitosamente, nuestro Papa Benedicto XVI hace alarde otra vez de su Magisterio, en la Encíclica «Cáritas in veritate» (La caridad en la verdad), y que ya la tenemos en nuestras manos para leerla despacio y «masticando» su contenido, que no tiene desperdicio, pues nos alerta de que cualquier economía no se asentará si está privada de todo fundamento ético y religioso; y que es el hombre creador e impulsor desde los sistemas de producción de las riquezas el que debe moldear sus comportamientos hacia la solidaridad en el reparto, para que las desigualdades sempiternas lleguen alguna vez a minorarse considerablemente.
JortizrochE
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