Vivimos días históricos, sin duda, con la abdicación del Rey, en momentos tan difíciles. La sorpresa de Podemos ha sido un gran toque de atención que la ciudadanía ha dado a los políticos. Claramente han gritado que están hartos de mentiras y corrupción. El que quiera tomar nota ahí lo tiene. Quienes no quieran darse por aludidos, ellos verán. Los que votaron -que fueron más de los que se esperaba- lo dijeron muy claro: Ya basta, no aguantamos más. Porque lo peor de todo esto es que parecen estar desmontando el sistema desde dentro. Antisistema son aquellos que intentan hacernos creer que todos son malos y la democracia no funciona. Los que no funcionan son las personas que la aplican mal y defienden a los que se corrompen, del partido que sean. A los que se debe apartar, no tapar, ni proteger. Que corruptos los ha habido siempre y en todos los ámbitos, lo bueno de la democracia es que se descubran y se les expulse, como se hace en las democracias serias. No como sucede aquí, que se persigue a quienes los denuncian y hasta a los jueces, defendiendo a los «podridos» hasta que ya no se puede más y entonces, de repente, «nos han engañado», pero aún así se les pone la pena mínima o se les indulta. Esa manera de proceder es la que nos está llevando a la situación actual de asco hacia el sistema. Sin darnos apenas cuenta de que no es el sistema lo malo, sino aquellos que lo pervierten y lo aplican para su beneficio. Olvidan que se les ha elegido para conseguir el bien de la sociedad y sólo van al beneficio propio, dañando a todo el pueblo. Eso es lo que han castigado los votantes. Lo que denuncian los que han recogido el voto de los estudiantes y los indignados por tanta corrupción impune, que causa dolor, paro y desaliento a toda la sociedad.
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