¡Fabulillas!

Dicen que, cuanto más alto se sube, más grande es la caída. Tomemos como ejemplo a los descendientes de Noé, que, no conformes ni agradecidos a Dios por haberlos salvado del diluvio, empezaron a construir la Torre de Babel, en el valle del Sennaar, para ser más que él, y con esa construcción llegar hasta el cielo. No supieron calibrar el poder divino y, como castigo, sus lenguas fueron confundidas con diferentes idiomas para que no se entendieran.
Este pasaje de la Biblia me recuerda a un cuento de mi abuelo, en el que decía que una golondrina, procedente de África, quiso cruzar el estrecho de Gibraltar y la arrastraron las corrientes, estando varios días a la deriva. Al fin pudo remontar el vuelo y llegar a la cuadra en la que todos los años hacía su nido, pero era tarde; todo el espacio estaba ocupado. Como invasora y egoísta, empezó a picar a sus compañeras, rompiendo sus huevos y echándolas de los nidos. Logró su propósito y se quedó sola en el recinto de los mulos, sin nadie que perturbara su paz, ganada a picotazos y amenazas. A punto de eclosionar sus huevos, llegó un día el amo del lugar y, viendo sólo una golondrina que ocupaba todo el techo y los pesebres llenos de excrementos, tomó una escoba articulada y empezó a derruir los nidos, cayendo el suyo y matando a sus crías.
También, una señora gorda que se sentó en un banco, enmedio de otras dos, empezó a empujarlas con el trasero, acomodándose tanto que las derribó a ambas, quedando la gorda como reina y señora del banco, despatarrada en el centro; pero éste cedió, partiéndose en dos debido a tanto peso, y ella se fracturó una pierna.
Lo dicho: «quien mucho abarca, poco aprieta».
Moraleja: «las moscas mueren, por su vesania, dentro de la miel».

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