La violencia se está convirtiendo, cada vez más, en protagonista de nuestra vida cotidiana. Acaba de pasar el Día Mundial contra la Violencia de Género, que se cobra tantas vidas de mujeres a manos de sus parejas; en lo que parece una gran locura colectiva, ya que afecta a personas de todo tipo y condición: jóvenes, mayores, con menor o mayor nivel adquisitivo y formativo, y de cualquier raza o nación. Pero actualmente estamos viendo surgir otro tipo de violencia: la de los hijos hacia sus padres. Hace unos años fueron los profesores quienes acusaban esta situación de violencia por parte de sus alumnos, apoyada, en ocasiones, por algunos padres superprotectores. Pero ahora son los padres y madres quienes llegan a ser maltratados por sus propios hijos, con casos auténticamente aberrantes. La situación se está agravando por la falta de respeto, o una educación deficiente, en la que se ha pasado de los castigos, quizá muy estrictos de antaño, a una excesiva protección y tantos derechos del menor, que les llevan a no respetar a nadie. Algunos llegan a creer que todo lo merecen, por el simple hecho de su presencia.
La violencia es algo que debería estar erradicado, en una sociedad como la actual, con las posibilidades que hay hoy en día, tanto culturales, sociales y de todo tipo, pero quizá habría que plantearse muy en serio qué está fallando en nuestra sociedad, para llegar a estos extremos.
Educación, esto es lo que falta. Los padres pasan de los hijos y lo dejan todo en manos de los profesores, y estos no infunden ningún respeto a los alumnos que se creen los reyes del mambo, porque saben que tienen inmunidad absoluta ante todo lo que hagan… y si la cosa se va de madre, estará el papá de turno para ponerse de lado del hijo, sea cuales sean los argumentos que les de el profesor. Hacen y deshacen a su gusto, tienen todo lo que les piden de los «papis» que el tema de la educación lo conocen poque han oido hablar de ello, pero no porque lo lleven a la práctica.