El antes y el después de un ataque al corazón

Agonizante y espeluznante, escalofriante y atemorizante, increíble e insoportable dolor.
Estás justa y mínimamente consciente en tu cama.
Las energías y la vitalidad parecen abandonarte, tu mente también.
Intentas levantarte, pero parece que no sabes dónde estás, ¿qué me ha pasado?
¿Ataque al corazón? Me tomo una aspirina. Llamamos a Emergencias, la ambulancia no encuentra mi casa, no hay placas de direcciones en nuestro camino porque los rateros las han robado para venderlas como chatarra. Los cacos no tienen conciencia.
Hablé con el conductor y llegó al destino.
El dolor se acentúa, me llevan a algún sitio, parezco recuperarme lenta y físicamente, pero mental y psicológicamente parezco confuso y desorientado.
El ataque al corazón es como una sentencia, un aviso, ya nada es igual, ya no eres el fuerte y seguro de antes, el de antes ha desaparecido para siempre.
Eres lo que eres, eres el de ahora, el abandonado al que nadie parece entender, esa persona extraña que no quiere dormir por temer a no despertar.
Dices que te sientes solo, flojo y maltrecho, que tu mente sueña demasiado y no te creen. Eres lo que eres. El que se queja a cada minuto para saber que está vivo.
Caminas dos kilómetros, o trabajas en el jardín cinco minutos, o discutes con la jefa unos segundos, y estás en peligro, buscas una silla donde sentarte o te escondes para que no te vean respirar con problemas, respiras a trancas y barrancas. Tu orgullo, que a veces es peligroso, no parece abandonarte.
Ya no eres lo que eras, te han quitado algo sin ser tu culpa.
Cada día te levantas sin objetivo. Pareces no saber dónde estás o adónde ir, tu mente y tus fuerzas, sin rehabilitación hospitalaria decente, porque parece no existir. Ellos creen que con comprimidos se cura todo. El contacto humano y sensible
para ellos parece no existir.
Pero es necesario cambiar, adaptarme a la nueva vida, hay que vivir, tengo una familia y unas responsabilidades.
Ya paro de quejarme, mi jefa, mi esposa, está a mi lado, ya vivo y dejo vivir.

José Antonio Rivero Santana

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