(El Caballito)

En un remoto país y su apartada aldea vivía Luis, un niño taciturno y anodino, que no destacaba en nada; incluso en el colegio, siempre era el último en todo. Su andar era despacioso, y de su boca apenas salían más palabras que las necesarias: sólo destacaba en él una cualidad; tenía el don de amansar a las fieras, cual sonora melodía. No había animal, por muy fiero que fuese, que no lo dominara con una mirada o quedas palabras. En vista de que no valía para estudiar, su padre lo borró de la escuela, y cada día se lo llevaba con él al trabajo. Mientras su padre araba, el chiquillo correteaba por todos lados, pero a la hora de buscarlo, siempre estaba junto al «caballito»; mejor dicho,»su caballito»: un animal bravío y fiero al que no había quien se acercara, pues daba coces y bocados a diestro y siniestro. Los yegüeros se las veían y deseaban para sacarlo al patio a hacer sus necesidades, ejercicio o beber, pero con Luis era distinto; nada de cuerdas ni lazos, bastaban sus manos acariciando la testuz del animal, para que éste cerrara los ojos y resoplara plácidamente por los ollares. Luego, suavemente, el niño lo desataba del pesebre y le llamaba con cariño; ¡Caballito, ven conmigo!
En el enorme patio fortificado, el animal se daba carreras sin parar, siendo observado por Luis que, sentada al borde del abrevadero, miraba sus evoluciones. El caballito hacia sus necesidades, acudía a beber y de nuevo volvía a la cuadra siguiendo al muchacho.
Loa años fueron pasando y murió el caballito. También aquel niño creció, tuvo su familia, hijos y nietos y un buen día dejó este mundo, pero ¡ah!, esa afición, ese amor por los animales lo heredó su nieto Maxi, al que todos llaman «El nieto del Caballito»
Esta historia es real y no fruto de la fantasía. Hoy, yo conozco a ese niño, y os digo que es la viva estampa de su abuelo.