Desconfianza

La reciente amenaza vírica ha puesto al descubierto nuestras

mayores debilidades.

El afán igualitario de la muerte, nos hizo reflexionar acerca de cuanto

estamos relacionados unos y otros.

En estos dos últimos años no fue el sentimiento de empatía, ni la convicción solidaria, ni siquiera la emoción compasiva, lo que hemos experimentado y observado en nuestra sociedad de mercado. Al contrario, la falta de confianza en el otro, la falsedad, el egoísmo oportunista o actitudes autoritarias constituyen la formula paliativa adoptada por toda la sociedad globalizada entrada en pánico.

Pérdida de derechos que creímos asentados en nuestras democracias; falseo en la información oficial y en la desinformación oficiosa; enfrentamientos o divisiones hasta lo más profundo de cualquier núcleo familiar o social; abuso de medidas basadas en el miedo… solamente suponen la punta del iceberg. Todo ello envuelto en un sunami de debacle socio-económico. La falta de confianza en el otro se paga. Esta vez el precio resultó excesivo. Nos pusimos en modo supervivencia y dejamos de la lado la vida buena.

El virus es el mero reflejo de nuestra sociedad. Todo está relacionado en el Universo. Todos estamos experimentando, en nuestras propias carnes, la indisoluble realidad que conecta a lo individual con lo grupal. Desatender a los demás es desinteresarnos en nosotros mismos.

Generalizar, siempre, es cometer un error de carácter voluntario. Dentro de las diversas clases profesionales, unos han tenido mejor comportamiento que otros. Algunos han mostrado tener algo de confianza compasiva en el prójimo. Otros han hecho de su capa un sayo, albergando en su interior a un psiquismo aberrado, donde el otro es el portador de la enfermedad y de la muerte y nunca uno mismo.

El miedo, amplificado por los medios masivos de noticias, anidó los pensamientos negativos de desconfianza mutua. Enjauló, en la mente subconsciente colectiva, toda una caterva de temores irracionales. Ésto dio lugar a la calamidad que la desconfianza acarrea (para uno mismo y para el colectivo social). Estigmatizar, señalar, delatar, amenazar, agredir, separar, confinar: esa era la cura para un despropósito. Las ciencias matando a la fe. La “sociedad paliativa” acojonada.

No es saludable estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”

La verdadera revolución no pasa por cambiar a la sociedad, pasa por cambiarnos a nosotros mismos”

(Jiddu Krishnamurti)

Muchos no aceptaron la idea, acerca de que, el valor de mercado y los juegos de intereses derivados del mismo, no deben superponerse al derecho a la salud o la libertad de elegir sobre el propio cuerpo.

La democracia, cualquier democracia, únicamente puede desarrollarse siendo más democracia. El derecho legítimo de las minorías, que no aceptaban tales medidas (equivocadas o no), se sustenta en democracias fuertes. La convicción del respeto hacia las minorías tiene que servir para enriquecer -no hablo de mero lucro económico- a las mayorías, dotándolas de una mayor capacidad empática.

Los derechos de la civilización humana se pueden vigorizar en el uso de la propia Libertad (al igual que se ejercita un músculo). Aquellos que toman de dicha práctica el oxigeno que alimenta su espíritu, comprenden que la Libertad es algo inherente a su ser: la Libertad ni se exige, ni se mendiga, sino que se practica.

Fortalecer el sistema de defensa de un organismo no es lo mismo que inundarlo de medidas profilácticas. No descarto todas las medidas de prevención y tratamiento de una enfermedad infecciosa. Estoy diciendo: que no todas tienen justificación terapéutica, ni científica, ni socio-económica. La llamada “Inmunidad de Rebaño” acabó con la Gripe de 1918 (mal llamada “Gripe Española”) en el espacio de unos meses. Sin adoptarse medidas draconianas, que han resultado ser incluso más dañinas que la propia enfermedad (o por lo menos eso dicen muchos).

El virus evidencia de forma traumática a la sociedad en la que vivimos. Una sociedad que absolutiza la supervivencia. Pero… ¿a costa de qué? ¿Les parece que el precio que estamos pagando por sobrevivir a ultranza es excesivo? Hay quien prefiere dotar a su propia existencia de amplitud y riqueza de miras que nutran la CONSCIENCIA. Una opción, tan legítima como la de cualquiera, es llenarse de experiencias y aprendizajes que hagan a la Vida merecedora de ser vivida. ¿También el disfrute de vivir debe ceder a la mera supervivencia?

La prolongación de la vida a cualquier precio, se acaba convirtiendo a nivel global, en el valor supremo, que relega todos los demás valores”

(Byung-Chul Han)

Hemos visto que durante el periodo de confinamiento el campo de trabajo del neo-liberalismo es el “teletrabajo”. Lo único que diferencia a éste del campo de trabajo del régimen despótico es la ideología de la salud y la paradójica situación del auto confinamiento en libertad. La vida se reduce a un mero proceso biológico que hay que optimizar a toda costa. Se pierde toda dimensión metafísica. Somos más débiles y dependientes. No aceptamos el dolor, que a la postre fortalece. La vida se anquilosa y se elimina toda vocación narrativa. A causa de la pandemia, sacrificamos a la supervivencia todo lo que hace nuestra existencia valiosa. Se asume, sin preguntar, la restricción de Derechos Fundamentales; lo que nos conduce a un pozo sin fondo del que necesitamos emerger cuanto antes. De manera antilógica, la caridad se expresa manteniendo las distancias y hasta los sacerdotes sacrifican la fe al mero subsistir, interponiendo medidas de protección entre ellos y su feligresía. La virología derroca a la teología.

Un hipócrita sentimiento del “deber social” vomitó una oleada de exigencias que se vierten encima de todos con el propósito de evitar contagios. La propaganda del régimen “despótico_cinetifista”, colaborada por los medios de comunicación de masas, nos ha mantenido expuestos a un bombardeo de repeticiones programadas. De forma globalizada, se llegó a dedicar el 86% del tiempo de los informativos de TV a la epidemia .
Nos encontramos con formulaciones y estudios realizados por científicos que nadie vio y nadie conoce. No faltaron los que pretendían aconsejar o imponerse sobre la necesidad de una actitud cívica. El objetivo es ser cada vez más obediente con el régimen sanitario. Que se cumpla a ultranza las ordenes de organizaciones (OMS), que se sitúan así mismas, por encima de los propios gobiernos de las diferentes naciones mundiales. Sin cuestionar absolutamente nada. Pero en realidad, es el miedo a ser contagiado lo que está operando todo el tiempo.

No hay espacio suficiente para hablar sobre estos asuntos. A mí me supone un gran esfuerzo transigir con medidas de coercción (eficaces o no), basadas en salubridad, que son contrarias al sentido común o los Derechos Fundamentales. Siendo mi temor más notorio, el que hace referencia a las voluntades que se arrogan la posibilidad de suprimir los derechos más básicos en aras de nuestra seguridad (esto mismo hacían los nazis) o que buscan adaptarse a una sociedad enferma.

AV Espuch

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