Tristeza y consolación en el reino de las amarguras

Anicio Boecio

Resulta en general más fácil hablar de nuestras alegrías que de nuestras penas, quizás porque cuesta abrir de par en par el corazón, aunque la simple decisión de escudriñar nuestros sentimientos ya sea en sí un alivio, y lo explica la frase «de consolatione philosophiae», atribuida al libro de un pensador romano que, esperando a ser ejecutado, se asía a los principios de la justicia para encontrar desahogos en su dolor.
Habrá que considerar sus argumentos para que no caigan nuestros reveses en el vacío, aunque es cierto que aprenderemos más de los contratiempos que de la prosperidad, y me ha halagado aquella frase de Cervantes: «Más vale la pena en el rostro que la mancha en el corazón», como si el reconocimiento en sí sea ya una fortuna. Pero las frases se agolpan como panaceas que nos aligeran para que las desgracias no nos abrumen, pensaba Séneca, aunque el maestro clásico por antonomasia, Aristóteles, reconociera que para ser feliz había que imaginárselo, y mi autor favorito, Shakespeare, comentaba de sí mismo que, para estar seguro de ser feliz, solía leerlo en los ojos ajenos. Pero qué maravilloso es pasar de un estado de decepción a otro de alegría que alivie todos nuestros infortunios.
El escritor latino Anicio Boecio (480-524) se agarraba a la armonía platónica de las esferas para consolarse de sus miserias, pues, tras ocupar el cargo de cónsul romano, fue acusado falsamente de conspiración, siendo pronto encarcelado y decapitado. Sus célebres sentimientos se conservan en una obra escrita tras las rejas de su celda penitencial y sus enseñanzas han llenado multitud de tratados filosóficos más como lecciones de aprendizaje a vivir que cual moralejas para no perder las alegrías de la esperanza pues, como escribiera Ovidio, si «nacemos con lágrimas, entre lágrimas transcurre nuestra vida y con lágrimas cerramos nuestros últimos días», que habría que retorcer en que si el bebé sonríe al sentir la humedad de lo que va a vivir se contentará cuando note el rostro humedecido por las alegres lágrimas de su madre.
Entre el pesimismo y la esperanza existe una línea divisoria que tan sólo cruzan los que pierden el miedo a los temores de la vida. Pues si el que espera vive, pensaba Unamuno, le será un aprendizaje difícil de conseguir, como cuando los árboles del otoño transformen sus hojas en sonrisas de primavera y nuestro pesimismo se convierta en creer que las consolaciones no son más que la prolongación de todas nuestras torturas.

HECHOS Y DICHOS
El hilo de la vida se aflojaría si no lo humedeciéramos de vez en cuando con algunas lágrimas.  Pitágoras

SOBRE LA LONGEVIDAD
Hay que consolarse porque se vive más tiempo con las penas que con la fortuna, pues el dolor prolonga la duración de los días.

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