El señuelo de la verdad nos confunde a veces más que nos aclara

Rabindranath Tagore (1961-1941)

Nunca se me habría pasado por la mente que, cuando nos sentimos enganchados por un poema que nos seduce, nos movemos en el límite mismo de la verdad y la ficción. Porque si el tema poético no resultara ser verdadero, llegaría a sernos incomprensible, pero si no se expandiera dentro de lo irreal no valdría la pena continuar su lectura.
En realidad, se trataba de una lectura detenida de las cadencias encantadoras del poeta indio Rabindranath Tagore, las cuales me conducían en esta ocasión al tema de lo verdadero y de lo falso, integrándome con el pensamiento poético que nos es afín a todos. Vate y filósofo a la vez, trató Tagore de hermanar el arte con la conciencia, el mundo imaginario del oriente con el occidental de las impresiones. Llegaría hasta sugerir que, si lo ficticio desapareciera, se nos cerraría a cal y canto la puerta a entendernos a nosotros mismos, al no poder constatar que debemos movernos holgadamente en lo imaginario, que se reconstruye cuando nos identificamos con la obra de los maestros de la cadencias poéticas, y su dictamen hará callar a los charlatanes facilitones, de quienes mantenía él que les era fácil escribir largos versos porque ocultaban gran parte de la verdad.
En cuanto a los escritores indios, he de confesar que yo al menos me siento más a mis anchas con los vates orientales porque logran instalarse cómodamente en el filo sutil de lo inverosímil, que es lo que hace que la poesía logre enmarcarse más allá de los sentidos, aunque utilice a la vez nuestros sentires para crear un mundo ambivalente doblemente rico. Creció dentro de una secta de brahmanes, consiguiendo un Nobel en Literatura en 1913, y de él se pronosticó que su niñez marcaría un ritmo poético semejante al de un poema: «Qué feliz eres, niño», se decía del niño Rabindranath Tagore, «viéndote sentado en el polvo durante toda una mañana, divirténdote simplemente con una ramita desgajada de un abedul».
«La verdad ciertamente se puede inventar», diría otro gran poeta, Antonio Machado, que lograba recrear su vida comparándola a una larga ruta sin vestigios más allá de lo que nos imaginamos al perderse en el vasto horizonte: «Caminante no hay camino, sino estelas en el mar». Y a quienes gusten las marchas por paisajes reales, se les abrirán veredas aún más delirantes que aboquen a la lectura de poetas como Miguel Hernández cuyo primer centenario estamos ya tan cerca de iniciar con la entrada de 2010. De su obra se diría que, para entender sus poemas, sólo hace falta integrar lo que escribiera con nuestras experiencias tanto más reales cuanto menos posibles.

HECHOS Y DICHOS
Como todos los soñadores, confundí el desencanto con la verdad.  Paul Sartre

PROVERBIO ORIENTAL
Cuando tenses la flecha de la verosimilitud, introduce antes sus puntas en lo imaginario.

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*


*