¿Culpable o inocente?

¿Qué sientes, amigo? ¿Qué sientes, al verte ahí un día y otro privado de libertad, lejos de tu familia y amigos? Te estás perdiendo los lindos amaneceres de tornasoles escarlata, trinos y vuelos de aves, que surcan los espacios, presurosas, buscando su primer alimento matutino. También los niños, somnolientos, acudir a la escuela, mientras las señoras sacuden las esteras o barren las aceras. Quizá, ver cómo nace el primer diente a tu hijo o sus incipientes balbuceos y torpes pasitos. Durante tu ausencia del mundo, algún familiar abandonó, para siempre, esta tierra maldita y no se te permitió darle el último adiós. ¿Eres culpable? Cabe la posibilidad de que tu ingreso en prisión se deba a un error burocrático, a la confusión por tu parecido con el delincuente de turno, con el que te asemejas, pero, mientras se aclara la cuestión, estás pagando el pato de una falta no cometida. Luego, al enmendar la equivocación, quieren indemnizarte. ¿Quién te va a devolver las noches de llanto, rechinando los dientes, clavándote las uñas en las palmas de tus manos de trabajador, ante la impotencia de un hecho inconcebible, los besos de tu esposa, el llanto de tu madre, la pérdida del trabajo, el alejameinto de tus amigos, que te niegan como San Pedro, hasta tres veces, antes del canto del gallo?
Vives rodeado de miseria, escasez, hambre, sed; en constante peligro, con gente de mala ralea. Noches de insomnio, noches de desconsuelo, deseos de suicidarte, gritos desesperados que descargan tu adrenalina.
Cuando miras un charco en el patio del penal, luego de una mañana de lluvia, no ves tu reflejo, sino el de un hombre desconocido, de alguien que te ha suplantado… ¡No eres tú, es tu sombra! La sombra del inocente, privado de los privilegios del hombre libre: libre de las cadenas de una sociedad corrupta y voluptuosa.

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