El Periódico de Torrevieja nº 433

Al terminar la temporada veraniega, con el principio del curso y la llegada del otoño, es una época que invita a meditar. Con la proximidad del final de otro año, vemos la vida pasar, los seres queridos que van creciendo, llegan a la plenitud, y otros que poco a poco vemos deteriorarse. Un día ya no caminan tan deprisa como antes, luego los dolores empiezan a ser más frecuentes, las visitas al médico, la fatiga, los problemas de salud más constantes y dolorosos. Primero es ocasional y no se percibe, pero conforme pasa el tiempo -que va tan deprisa- se hacen más continuos. La tristeza nos embarga cuando vemos decaer a quienes queremos tanto, que han sido y que son tan importantes en nuestra vida. Nos han enseñado siempre, y hemos constatado a lo largo del tiempo, que la vida es así: un día llegamos con una gran alegría, vamos creciendo, evolucionando, madurando y luego llega la parte amarga, con sus dos vertientes naturales, o la muerte prematura o la decadencia paulatina, con el sufrimiento que conlleva el ir viendo mermar las facultades vitales más esenciales. Y, ante esta gran realidad, nos preguntamos hasta dónde importan todas esas pequeñeces con las que a diario nos amargamos la existencia. Tanta hipocresía, tanta corrupción, tantas mentiras encubiertas… Problemas que nos parecen irresolubles, cuando sólo nos aturden y disgustan, no dejándonos disfrutar con plenitud de lo auténtico, de lo importante, como es disfrutar intensamente cada día de nuestra vida, porque es único e irrepetible.

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